Saturday, September 23, 2006

Título: Esperanzas.

Me recuerdo allí sentado ante la potente brisa que recorría mis sienes; coral, arena y mar sosegaban mi pensar haciéndome pleno. Aquella roca formada hace millones de años ansiaba que al fin la observasen como naturaleza y que la asistiera de forma humana.
Corría el 2004 en mi país, no había cambiado mucho este año con respecto a los anteriores. Es verdad que sólo se modificaban las formas en que nos roban los vestigios humanos que se acorazan donde pueden.
Mis camaradas estaban más preocupados por la creciente tecnología aberrante, sumisa. Tenían miedo de ser sustituidos por ella, sin embargo, degustaban de conversar de esos grandes avances que nos traía la modernización. A otros, les encantaba regresar a las reflexiones aristotélicas para llegar al marxismo, para pregonar su reformulación pues “después de tantos años, algo debió haber cambiado”.
Supongo que pensaban que había cambiado el mundo de tal forma que el socialismo sólo podía realizarse en el planeta “rojo”, es decir, pasaban del internacionalismo a una labor intergaláctica.
Tan grandes formulaciones se realizaban mientras se avecinaba una derrota más para la clase obrera mexicana. Aniquilarían aquellos vestigios sociales que se le arrancó al Estado. Todas las personas tendrían que olvidarse de gozar de la esperanza que nos cubre para soportar la infame vida alienante; la salud del mexicano tendría precio desde ahora, uno inalcanzable para el grueso de la población. ¡Ah! Pero allí estaban las minoritarias, sectarias y torpes organizaciones de izquierda “revolucionaria”, que como siempre, no entendían ni que carajos hacer. Mis estudiantes, por ejemplo, con el corazón dándoles los bríos para luchar contra la oligarquía, decidieron tomar camiones para las “masas de estudiantes”, es decir, treinta personas, los de siempre, mismos que buscaban realizar una acción contundente que ayudara a la lucha; esta fue el cierre de Tepito. Afortunadamente uno de ellos les dijo:
— ¡No mamen! Los ambulantes nos van a madrear. Somos pinches treinta monitos. —
Uno les respondió:
— Ellos entenderán. —
Recordé la frase: “…si no cumplo, que el pueblo me lo demande…”. Es grato recordar que no les hicieron caso y se fueron con el grueso de las protestas.
Mi organización, marginal como muchas otras, pasaba por un periodo difícil, mas seguíamos todos las mismas convicciones, lo cual me reconfortaba y era un refugio ante toda esta alienación y tergiversación. No pude soportar y le pedí a la organización que me excusara por una semana para tomar vacaciones; avisé la noticia a mis alumnos de la facultad, misma que tomaron con mucho aliento y prisa pues salieron corriendo a mezclarse con el “tejido social”, con la “banda chida”. Para decirlo en términos científicos, fueron a rogarle mota, mona, o le que esa semana trajera el tira que se las regalaba.
De esta forma fue como me hice un tiempo para alejarme del “mundanal ruido” y acudir a un proceso de rehabilitación que consistiría en recobrar bríos e inspiración para el futuro, pero sobre todo para el presente, pues es allí donde nuestra esencia se pierde y deforma en grotesca máquina con precio que respira para intentar sobrevivir.
Una pequeña isla del Caribe mexicano me pareció lo mejor para mi momentánea retirada. Era temporada baja y se me ocurrió que sería sencillo el viaje, como fue en realidad, excepto por el gran cansancio acumulado en mi cuerpo aunque sabía que no era el único pues ¿qué otra cosa puede acumular el humano en la actual barbarie?
A mi llegada, la noche cubría cada rincón; cálido viento húmedo me provocaba una tranquilidad enorme; mis movimientos se hacían diferentes, suaves y firmes, al igual que voz y mirada percibían otras tonalidades; el verde no era sólo aquel espacio divisorio de calles, sino que ocupaba lugar propio y se agrupaba en torno a la naturaleza llena y rica en pigmentos tan lejanos a un hombre como yo.
El hotel en que me hospedé era amplio y tranquilo, claro que intervenía el hecho de que viajaba en temporada baja pues hasta obtuve una habitación por la cual podía ver la alberca y parte de la playa, impregnando la vista de la encantadora turquesa azulada que posee el movimiento y ritmo precisos para evocar sentimientos de antaño y de hoy.
El cansancio me llevó a sentarme en el balcón, en aquellas sillas. Una joven entró a la alberca. Trazos cabales marcaban piernas y brazos. Caderas y vientre atravesaban el agua mientras su cuello y busto marcaban el húmedo manto. La miré como Acteón, nieto de Cadmo, mas yo no deseaba que las imágenes fueran de otros. Mías cada una de ellas eran. Diana ya descubría mi intromisión pero al parecer le agradó desde el inicio, como si ella hubiese sido la que me permitió verla. Sus ojos ya se centraban en mí; flechas lanzadas con el denuedo más hermoso. Las sonrisas nos encontraron. No me pude contener y salí a su encuentro pero únicamente encontré agua agitada, espuma y un rastro que seguí sigilosamente hasta el violento cerrar de una puerta. Al menos sabía el número de su cuarto, información que ocupé para ir a la recepción y preguntar por el nombre de los hospedados. Madre e hija habían viajado desde Portugal hasta la isla. Natalia y Sofía Figueroa. Sofía con dieciocho años, tenía cuatro días de haber arribado y se marcharía en tres. Regresé a mi habitación e inmediatamente me acosté para poder soñar con aquella joven que ocupaba todos mis sentidos.
Sol y brisa acompañaban al día siguiente de mi llegada, decidí salir a la playa para recostarme y nadar. En realidad, más tarde en bajar y quitarme la camiseta que lo que permanecí en la arena pues el mar ocupaba todo mi pensamiento, no había quien pudiese distraerme la necesidad de sentir aquel manto invadiéndome y yo a él. Me adentré y alejé de la orilla unos cien metros para poder yacer y avistar las nubes rasgadas por la brisa dejando al sol cálido a todas mis emociones. Era impresionante la calma que acaecía allí a contrario de la capital, donde mi vida personal sucumbía a las necesidades de la organización. Un diálogo tierno entre el mar y mi cuerpo evocaban reflexión; pequeños instantes pensé haber escapado de varias alienaciones y que me reencontraba con el aroma con que fuimos labrados los humanos. Tal vez así fue, pero al recordar la manifestación de los empleados del hotel que se encontraba a dos cuadras del que yo me hospedaba, cavilé en que las contradicciones no sólo se hallaban en aquella mancha traga humanos, sino que no había rincón en la tierra en el que los humanos se relacionen como tal. No sé si respiré menos de lo normal para mantener el aire en los pulmones o si mis pies se irritaron con las reflexiones pero perdí el balance ocasionando que tragara bastante agua, razón por cual mi gastritis no me dejó comer a gusto y mucho menos tomar ciertos licores que pensaba tomar, así que me consolé con la cerveza. Bueno, al recobrar un poco la vista después de la zambullida, mis ojos sucumbían ante una normal nublazón a causa de ver durante largo tiempo al sol; miré hacia la playa y en la formación rocosa que estaba hacia la derecha –o a la izquierda, dependiendo desde el punto de vista inmediato de algunos – vislumbré una figura conocida en su tope, la misma joven que la noche anterior me recordó a las ninfas que deleitan al espíritu, mas ya no la podía llamar así, pues era yo ahora el que tomaba ese lugar ante ella. Codo sobre sus rodillas y manos tomando el mentón para alcanzar el oído, seguidos de sus ojos profundos y sinceros que alejaban su vista hacia mi, embelesándome el cuerpo en hermosa sensación. El nerviosismo hacia ausentes piernas y brazos, algo peligroso en el mar, razón que me dio valor para salir y conocerla; al llegar de una rápida envestida contra la orilla, miré hacia el tope de las rocas y no la encontré allí pues ya caminaba hacia la estancia del hotel, donde se había sentado como en esos momentos en que uno espera que cierta situación ocurra, misma que podía solucionar pero gracias a mis resabios idealistas pensaba que no tocaba a mí decidir nuestro encuentro. Estúpida apreciación pensé y me acerqué a ella cubriéndome el pecho con la toalla.
Si bien iba decidido, me preocupó la posibilidad de que Sofía no hablara español y tuviese que usar mi portugués no muy practicado. Quité y oculté mi reloj para iniciar la conversación en español para actuar según su respuesta; gran alivio sentía al escucharla pues además de la entonación característica, su voz era hermosa, firme, no aguda y suave.
—Once y media. —
—Noto que no eres del país. Eres portuguesa, lo digo por el acento. — En realidad poco distingo entre el portugués de Brasil (y de sus regiones) y el de Portugal. Da lo mismo, no entiendo del todo a Chico Buarque o a Madredeus. Pero la necesidad de impresionarla me hizo sucumbir y realizar el comentario que me costaría como cualquier fanfarronería que se comete sin pensar en las consecuencias.
— Você fala portugués? —
Eso fue lo que entendí pues además de que su habla era muy rápida, me encantaba y hechizaba escuhar su voz. — Um poquihno, mas minhâ fala e meu vocabulario requerem de muita pratica. — Acerté para que conversáramos en español. Fue eso o en realidad se dio cuenta de mi pésima pronunciación y construcción de oraciones.
— ¿Cuántos años tienes? — Preguntó.
— Veintinueve ¿y tú? —
— Dieciocho ¿vienes de vacaciones? —
— Así es, a descansar… – fue un suspiro largo y hondo, aquellos que muestran la gravedad de lo que ocurre en tan solo un instante – a distanciarme un poco de la ciudad, el trabajo y demás. —
— ¿A qué te dedicas? —
— Soy profesor de literatura en la UNAM. — Dije esperando la normal respuesta acerca de mi romántica, refinada y mal pagada profesión. Juicios plenamente erróneos, pues ni soy romántico (sólo cuando es necesario, como en este momento), ni refinado ( mi dominio del albur es grande pero lo reservo para mis amistades que degustan de esta arte menor de índole lingüística) y acerca de mi material adquisición laboral, esta me brinda la posibilidad lustral de prosperidad momentánea, aquella que ensordece cuerpo y espíritu ante el abatido grito de frustración a causa de lo inalcanzable, para así concluir y renovar cada ciclo, una y otra vez, lo cual hace cierto el último punto.
— Sabes, me gusta mucho leer, en realidad lo disfruto, pero odio que me obliguen a leer lo que no quiero. —
— ¿Cómo qué tipo de lectura? —
—Las que carecen de total contenido humano. — Respuesta que me sorprendió muchísimo.
— ¿Qué estudias? —
— Acabo de entrar a la universidad… – en realidad estaba tan atento a su cara y a dar mi mejor impresión que olvidé el nombre de la universidad – a estudiar sociología. —
— ¿Te gusta o fue lo menos peor que encontraste? — la vi bastante ofendida por el comentario.
— ¡Por supuesto que no! Estoy muy ilusionada con la carrera, qué, ¿no te agrada?—
— ¡Claro que me agrada! Sólo que hay muchos que entran al estudio de las humanidades por evitar las matemáticas, bueno, al menos en mi país. —
— Dime — Dijo con un tono precioso, sensual, inquebrantable e interrogante. Incitando a que me le lanzara a pesar que hacía tiempo que no buscaba relacionarme con personas menores a mí. Era realmente gracioso ver que me desenvolvía con una claridad sin precedentes, pues mi timidez y a veces la falta de interés provocan que muchas personas se aparten, haciéndome cubrir el anhelo y soledad que tantas ocasiones siento. La necesidad de estar con una persona que mire a través de mi rostro y notara lo que mis emociones tanto esconden y que por más que intento no he podido solucionar, pues soy conciente de aquella bestia reprimida que yace en todo mi ser. Aquella no para dar salida (que ofensiva y egoísta tarea para dar a una persona), sino para escucharme y acompañarme en la vida.
Cuatro horas de fascinante encuentro con Sofía sucedieron ese medio día, mismo que fue suspendido por cuestiones de índole fisiológica, pues no había desayunado y eran casi las cuatro de la tarde y me sentía ya muy macerado, débil, a causa del agua salada que activó la gastritis que destrozaba mi estómago; claro que escondía muy bien el dolor pero necesitaba comer, por lo que hice cita con ella a las ocho en las rocas frente a la playa.
Provisto de nuevas energías, me dirigí hacia la estancia cuando se acercaba la hora. Me acompañaban los Veinte poemas de amor, pues “la poesía es de quien la necesita”. No era una necesidad de aquellas que se alojan en ciertos puntos del cuerpo para memorarnos aquella otra voz nuestra que ocultamos y descubrimos en la luz de las acciones más normales. Era una preocupación no por conquistarla, sino entenderla; hallarme provisto de compañía sincera capaz de adentrarse y observar mi adolecida humanidad, para que ella misma pueda hacer nítida su propia entelequia y yo brindar la misma sinceridad. Los primeros diecinueve poemas pasaron de largo mas el veinteavo y la canción desesperada memoraban experiencias de lúgubres noches donde el cuervo de Poe también a mí me decía Nunca más. Inmerso en mis apocalípticos juicios, cruzando la pierna izquierda, olvidé que estaba sentado en la orilla del sillón, acción que me hizo utilizar felinos reflejos para no caer y quedar tendido en el piso en cierta posición que mostraba la formación rocosa donde había hecho cita con Sofía. Ella estaba sentada allí observando el inicio del llanto rojo de aquel lienzo antes blanco, donde el viento apenas envuelve una hoja y el sol orquesta la alborada.
— Hola ¿demoré mucho? —
— No, yo también acabo de llegar, me entretuve en el ocaso. —
— ¿En tu país lo miras? —
— Es extraño que al estar fuera, al sentir la patria lejana, se pueda apreciar diferente lo que uno es, lo que se hace y su cómo; y es extraño porque no cambia tanto. Cambia el clima, cambia el medioambiente, mas no la gente. Los mismos miedos cobran las mismas nostalgias y anhelos en todas partes. Pero no, casi no. —
—Como si recobráramos los pasos perdidos del hombre por un pequeño instante, enredándonos en ellos y en nuestra mente danzáramos evocando otros fantasmas. Yo también olvido verlos cuando tengo oportunidad. —
—Pero dime ¿Qué te gustaría hacer? —
Iniciamos en un bar del centro a petición de ella. No era que yo no estuviese de acuerdo, sino que necesitaría tomar medicamentos para no morir esa noche por causas estomacales. Pequeño bar algo bohemio fue la decisión. Jazz y trova, nebulosidad de fumadores y ambiente taciturno permeaba a todos los presentes. La plática inició con comentarios literarios. Balzac, Dostoievsky, Cortázar, Fuentes y Nicolás Guillén nos acompañaron durante una hora. Pero fue Guillén quien nos incitó a todos a bailar unos minutos bajo el son cubano interpretado por un grupo que oscilaba entre el heavy metal, música andina, jazz y electrónica. Pero esa noche, el solitario son se mezcló entre las viejas melodías de Charlie Parker y Dave Brubert que amenizaban la plática. Seis cervezas vacías y bastantes cigarrillos mostraban el paso de tres horas donde la vida personal ocupaba la plática.
— ¿Tienes pareja o algo? —
— No en realidad. —
— Eso significa que hay alguien. —
— Siempre hay alguien ¿o no? —
— Sí y no. —
— No entiendo. —
— Dices que te sientes solo y a veces desesperado. —
— Así es. —
— ¿Porqué? —
— He conocido a muchas personas; platico con ellas y me paso un buen rato. Pero cuando he sentido aquella ansia de aquella persona, me siento falible, tímido y sin fuerza. —
— ¿Porqué? —
— Tal vez miedo a repetir los mismos errores, ha no aprender y regresar a eso que me aterra. —
—Tanto coraje he visto en ti estos días. Casi cabal, ante tantas cosas que me platicas. De cierta forma me duele que te ocurra. —
— ¿Te duele? —
— Yo antes era así. —
— ¿Y ya no? —
— Algo queda de ello, mas busco cambiarlo cuando puedo. —
— ¿Y qué haces para ello? —
— Por ejemplo. ¿Recuerdas cuando me viste en la alberca aquella noche que llegaste? —
— Bastante. —
— ¿Porqué bastante? — dijo maliciosamente.
—Sigue y te explico. —
— Bueno. Yo te vi llegar y cuando fuiste a tu habitación yo había preguntado tu nombre y número de habitación; supe que estaba ubicada frente a la alberca. Me fue realmente difícil decidir el ir a esperar a que me vieses y te agradase. Creo que lo conseguí. —
— ¿Eso crees? — dije ahora yo con la misma malicia pero también sorprendido pues sentía hermoso lo que hizo, pues yo también lo hice como delataba el temblar de mis manos.
— Estamos aquí platicando. Lo que te quiero decir es que no pienses en la posibilidad de que resulte mal y que no hay esperanza alguna. Siempre la hay. Eres comunista. Es lo mismo. Si creyeras que no hay oportunidad, esperanza de vivir mejor ¿seguirías? Eres un hombre muy noble, honesto. Por favor, nunca pierdas la esperanza – dijo con un tono que hace mucho había olvidado o había querido olvidar. Un fervor me recorría, recordaba toda la alegría y amor que me hacían ser lo que hasta ahora soy. – por favor, nunca pierdas la esperanza. —
De forma inmediata se acercó. Sus dedos acariciaban mi barba hasta el oído para llegar a mi cabello y tomarme la nuca. De la misma forma tomé con mis manos su cara; meñique y anular acariciaban su oído, mientras índice y medio jugaban en sus sienes, a la vez que pulgar hacía bosquejo de sus labios con sosegados trazos, dulces y ocultos, visibles al emprender el último viaje hacia la maravillosa nada, la nada que es todo y se remonta en aire para desnudar al ocaso en dos rosas, dos galaxias que abren paso al viajero. Beso largo y eterno, profundo y tierno. El instante se eleva; se cruza tiempo y espacio para al fin regresar a los labios que se resisten a separarse en ansiosos besos.
No sé cuanto tiempo pasamos en el bar; sabía que su avión partiría a las nueve de la mañana y no quería soltarle. Fuimos al hotel, nos quedamos en mi habitación. Hilos de deseo forjaban nuestros cuerpos. Adentré en su espalda rozando con mis dedos y besos su piel, cayendo a los muslos y vientre. No dormíamos, no nos movíamos. Sólo las caricias arrancaban los latidos y pulsiones que llegaban a las miradas y besos. A las seis de la mañana desayunamos en el restaurante del hotel. Ella ya había hecho su maleta el día anterior. Conversamos una hora más hasta que bajó su madre con todo el equipaje; se acercó saludando cortésmente – para mí era algo sin precedentes pues yo esperaba que utilizara los adjetivos más ofensivos de la lengua portuguesa en mi contra. – Sonrió y le dijo a Sofía que la esperaba en la estancia. Intercambiamos todos los datos posibles para localizarnos. No era ni angustia ni tristeza lo que llenaban nuestras emociones, sólo alegría de habernos encontrado.
—No pierdas la esperanza — enunció y me besó tomando su maleta. Estaba realmente feliz.
Ahora es momento de conservar toda esa esperanza. No sé cuantas veces más nos derroten. No sé si vuelvan a asesinar a un compañero (en realidad sí lo sé). Sé que son tiempos difíciles pero siempre lo han sido. David debe prepararse pues pronto saldrá a escena.

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