Saturday, September 23, 2006
Análisis de las situaciones: relaciones de fuerza.
Antonio Gramsci
Es el problema de las relaciones de fuerza entre estructura y superestructura el que hay que plantear exactamente y resolver para llegar a un justo análisis de las fuerzas que operan en la historia de un determinado periodo y determinar su relación. Hay que moverse en el ámbito de dos principios: 1] el de que ninguna sociedad se impone tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias y suficientes o que éstas no estén al menos en vías de aparición y de desarrollo; 2] y el de que ninguna sociedad se disuelve y puede ser sustituida si primero no ha desarrollado todas las formas de vida que están implícitas en sus relaciones (controlar la exacta enunciación de estos dos principios).
“Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben en ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues bien miradas la cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización.”[Prólogo de la Contribución a la crítica de la Economía Política.]
De la reflexión sobre estos dos cánones se puede llegar al desarrollo de toda una serie de otros principios de metodología histórica. Mientras que en el estudio de una estructura hay que distinguir los movimientos orgánicos (relativamente permanentes) de los movimientos que se pueden llamar de coyuntura (y se presentan como ocasionales, inmediatos, casi accidentales). Los fenómenos de coyuntura son ciertamente dependientes, también ellos, de movimientos orgánicos, pero su significado no es de gran alcance histórico; estos dan lugar a una crítica política menuda, cotidiana, que afecta a los pequeños grupos dirigentes y a las personalidades inmediatamente responsables del poder. Los fenómenos orgánicos dan lugar a la crítica histórico-social, que afecta a las grandes agrupaciones, más allá de las personas inmediatamente responsables y más allá del personal dirigente. Al estudiar un periodo histórico se revela la gran importancia de esta distinción. Tiene lugar una crisis, que en ocasiones se prolonga por decenas de años. Esta duración excepcional significa que en la estructura se han revelado (han llegado a su madurez) contradicciones incurables y que las fuerzas políticas operantes positivamente para la conservación y defensa de la estructura misma se esfuerzan todavía por sanar dentro de ciertos límites y por superarse. Estos esfuerzos incesantes y perseverantes (porque ninguna forma social querrá nunca confesar haber sido superada) forman el terreno de lo “ocasional” sobre el cual se organizan las fuerzas antagónicas que tienden a demostrar (demostración que en último análisis sólo se consigue y es “verdadera” si se convierte en nueva realidad, si las fuerzas antagónicas triunfan, pero que inmediatamente se desarrolla en una serie de polémicas ideológicas, religiosas, filosóficas, políticas, jurídicas, etcétera, cuya concreción es evaluable por la medida en que resultan convincentes y transforman el alineamiento preexistente de las fuerzas sociales) que existen ya las condiciones necesarias y suficientes para que determinadas tareas puedan y por lo tanto deban ser resueltas históricamente (deban, porque todo incumplimiento del deber histórico aumenta el desorden necesario y prepara catástrofes más graves).
El error en que se cae a menudo en los análisis histórico-políticos consiste en no saber encontrar la justa relación entre lo que es orgánico y lo que es ocasional: se llega a sí o a exponer como inmediatamente operantes causas que por el contrario son operantes mediatamente, o afirmar que las causas inmediatas son las únicas causas eficientes; en un caso se tiene el exceso de "economismo" o de doctrinarismo pedante, en el otro el exceso de "ideologismo"; en un caso se sobre valoran las causas mecánicas, en el otro se exalta el elemento voluntarista e individual. (La distinción entre "movimientos" y hechos orgánicos y movimientos y de hechos de "coyuntura" u ocasionales debe ser aplicada a todos los tipos de situación, no sólo aquellos en los que tiene lugar un desarrollo regresivo o de crisis aguda, sino a aquellos en los que tiene lugar un desarrollo progresista o de prosperidad y aquellos en los que tiene lugar un estancamiento de las fuerzas productivas.) El nexo dialéctico entre los dos órdenes de movimiento y por lo tanto de investigación difícilmente se establece con exactitud, y si el error es grave en la historiografía, aún más grave resulta en el arte político, cuando se trata no de reconstruir la historia pasada sino reconstruir la presente y futura: los propios deseos y las propias pasiones inferiores e inmediatas son la causa del error, en cuanto que sustituyen el análisis objetivo e imparcial y ello sucede no como "medio" consciente para estimular a la acción, sino como autoengaño. La serpiente, también en este caso, muerde al charlatán, o sea que el demagogo es la primera víctima de su demagogia.
[El no haber considerado el momento inmediato de las "relaciones de fuerza" está vinculado a residuos de la concepción liberal vulgar, de la cual el sindicalismo es una manifestación que creía ser más avanzada mientras que realmente dado un paso atrás. De hecho la concepción liberal vulgar, cortando importancia a la relación de las fuerzas políticas organizadas en las diversas formas de partido (lectores de periódicos, elecciones parlamentarias y locales, organización de masas de los partidos y los sindicatos en sentido estricto), era más avanzada que el sindicalismo que daba importancia primordial a la relación fundamental económico-social y sólo a esta. La concepción liberal vulgar tomado implícitamente en cuenta también tal relación (como se desprende de tantos indicios, pero insistía más en la relación de las fuerzas políticas que era una expresión de la otra y en realidad la contenía. Esto residuos de la concepción liberal vulgar se puede rastrear en toda una serie de tratados que se dicen vinculados a la filosofía de la praxis se han dado lugar a formas infantiles de optimismo y necedad.]
Estos criterios metodológicos pueden adquirir visible y didácticamente todo su significado si se aplican al examen de hechos históricos concretos. Sería posible hacerlo últimamente para los sucesos que tuvieron lugar en Francia desde 1789 hasta 1870. Me parece que para mayor claridad de la exposición sería necesario abarcar todo este periodo. En efecto, sólo en 1870-71, con el intento de la Comuna, se agotan históricamente todos los gérmenes nacidos en 1789, o sea que no sólo la nueva clase que lucha por el poder derrotar los representantes de la vieja sociedad que no quiere confesarse decididamente superada, sino que derrota también a los grupos novísimos que declaran ya superada la nueva estructura surgida de la transformación iniciada en 1789 y demuestra así ser vital tanto como respecto a lo viejo como con respecto a lo novísimo. Por otra parte, con el 1870-71, pierde eficacia el conjunto de principios de estrategia y táctica política nacidos prácticamente en 1789 y desarrollados ideológicamente en torno al 48 (aquellos que se resumen en la fórmula de la "revolución permanente": sería interesante estudiar cuanto de esta fórmula paso al estrategia mazziniana -por ejemplo para la insurrección de Milán de 1853- y si esto sucedió conscientemente o no). Un elemento que demuestra la justeza de este punto de vista es el hecho de que los historiadores no están para nada de acuerdo (y es imposible que lo estén) en cuanto establecer los límites de aquel grupo de acontecimientos que constituye la Revolución Francesa. Para algunos (por ejemplo Salvemini) la revolución se completa en Valmy: Francia ha creado un nuevo Estado y ha sabido organizar la fuerza político-militar que afirma y defiende su soberanía territorial. Para otros la revolución continúa hasta el Termidor, incluso hablan de varias revoluciones (el 10 agosto sería una revolución en sí misma, etcétera, cfr. La Rivoluzione francese de A. Mathiez en la colección Colin). El modo de interpretar el Termidor y la obra de Napoleón ofrece las más agudas contradicciones: ¿se trata de revolución o de contrarrevolución?, etcétera. Para otros la historia de la revolución continúa hasta 1830, 1848, 1870 e incluso hasta la guerra mundial de 1914.
En todos estos puntos de vista hay una parte de verdad. Realmente las contradicciones internas de la estructura social francesa que se desarrolla después de 1789 encuentra su resolución relativa sólo con la tercera república y Francia tiene 60 años de vida política equilibrada después de 80 años de trastornos en oleadas cada vez más largas: 89-94-99-1804-1815-1830-1848-1870. Es precisamente el estudio de estas "oleadas" de diversa oscilación lo que permite reconstruir las relaciones entre estructura y superestructura por una parte y por la otra entre el desarrollo del movimiento orgánico y el del movimiento de coyuntura de la estructura. Se puede decir entre tanto que la mediación dialéctica entre los dos principios metodológicos enunciados al comienzo de esta nota se pueden encontrar en la fórmula político-histórica de revolución permanente.
Un aspecto del mismo problema es la llamada cuestión de la relaciones de fuerza. Se lee menudo en las narraciones históricas la expresión genérica: relaciones de fuerzas favorables, desfavorables a esta o aquella tendencia. Así, abstractamente, esta formulación no explica nada o casi nada, porque no se hace más que repetir el hecho que se debe explicar presentando una vez como hecho y otra como ley abstracta y como explicación. El error teórico consiste pues en dar un canon de investigación e interpretación como "causa histórica".
Primeramente en la "relación de fuerza" hay que distinguir diversos momentos o grados, fundamentalmente son éstos:
1] Una relación de fuerzas sociales estrechamente ligada al estructura, objetiva, independientemente de la voluntad de los hombres, que puede ser mediada con los sistemas de las ciencias exactas o físicas. Sobre la base del grado de desarrollo de las fuerzas materiales de producción se tienen los agrupamientos sociales, cada uno de los cuales representa una función y tiene una posición dada en la producción misma. Esta relación es la que es, una realidad rebelde: nadie puede modificar el número de las empresas y de sus empleados, el número de las ciudades con su correspondiente población urbana, etcétera. Este planteamiento fundamental permite estudiar si en la sociedad existen las condiciones necesarias y suficientes para su transformación, es decir, permite controlar el grado de realismo y prácticabilidad de las diversas ideologías que ha nacido en su mismo terreno, en el terreno de las contradicciones que aquella ha generado durante su desarrollo.
2] Un momento subsiguiente es la relación de las fuerzas políticas, o sea la evaluación del grado de homogeneidad, de autoconciencia y de organización alcanzado por los diversos grupos sociales. Este momento puede ser a su vez analizado y distinguido en varios grados, que corresponden a los diversos momentos de la conciencia política colectiva, tal como se ha manifestado hasta ahora en la historia. El primero y más elemental es el económico-corporativo: un comerciante siente que debe ser solidario con otro comerciante, un fabricante con otro fabricante, etcétera, pero el comerciante no se siente todavía solidario con el fabricante; o sea que siente la unidad homogénea, y el deber de organizarla, del grupo profesional, pero todavía no del grupo social más vasto. Un segundo momento es aquel en el que se alcanza la conciencia de la solidaridad de intereses entre todos los miembros del grupo social, pero todavía sólo en el campo meramente económico. Ya en este momento se plantea la cuestión del Estado, pero sólo en el terreno de alcanzar una igualdad político-jurídica con los grupos dominantes, porque se reivindica el derecho de participación en la legislación y en la administración y tal vez incluso de modificarlas, de reformarlas, pero en los cuadros fundamentales existentes. Un tercer momento es aquel en que se alcanza la conciencia de que los propios intereses corporativos, en su desarrollo actual y futuro, superan el círculo corporativo, del grupo meramente económico, y pueden y deben convertirse en intereses de otros grupos subordinados. Esta es la fase más estrictamente política, que señala el tránsito neto de la estructura a la esfera de las estructuras complejas, en la fase en la que las ideologías germinadas anteriormente se convierten en "partido", entran en confrontación y se declaran en lucha hasta que una sola de ellas al menos una sola combinación de ellas tiende a prevalecer, a imponerse, a difundirse por toda el área social, determinando, además de la unidad de fines económicos y políticos, también la unidad intelectual y moral, situando todas las cuestiones en torno a las cuales hierve la lucha no en el plano corporativo sino en un plano "universal", y creando así la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados. El Estado es concebido como organismo propio de un grupo, destinado a crear las condiciones favorables para la máxima expansión del grupo mismo, pero este desarrollo y esta expansión son concebidos y presentados como la fuerza motriz de un expansión universal, de un desarrollo de todas las energías "nacionales", o sea el grupo dominante es coordinado concretamente con los intereses generales de los grupos subordinados y la vida estatal es concebida como un continúo formarse y superarse de equilibrios inestables (en el ámbito de la ley) entre los intereses del grupo fundamental y los de los grupos subordinados, equilibrios en los que los intereses del grupo dominante prevalece el hasta cierto punto, o sea que no hasta el burdo interés económico-corporativo. En historia real estos momentos se implican recíprocamente, por así decirlo horizontalmente y verticalmente, o sea según las actividades económico-sociales (horizontales) y según los territorios (verticalmente), combinándose escindiéndose diversamente: cada una de estas combinaciones puede ser representada por su propia expresión organizada económica y política. Con todo, hay que tener en cuenta que a estas relaciones internas de un Estado-nación se entretejen las relaciones internacionales, creando nuevas combinaciones originales e históricamente concretas. Una ideología, nacida en un país más desarrollado, se difunde a países menos desarrollados, incidiendo en un juego local de las combinaciones. (La religión, por ejemplo, ha sido siempre una fuente de tales combinaciones y ideológico-políticas nacionales e internacionales, y con la religión las otras formaciones internacionales, la masonería, el Rotary Club, los judíos, la diplomacia de carrera, que sugieren expedientes políticos de origen histórico diverso y los hacen triunfar en determinados países, funcionando como partido político internacional que opera en cada nación con todas sus fuerzas internacionales concentradas; pero religión, masonería, Rotary, judíos, etcétera, pueden entrar en la categoría social de los "intelectuales", cuya función, a escala internacional, es la de mediar los extremos, la de "socializar" los hallazgos técnicos que hacen funcionar toda actividad de dirección, la de imaginar compromisos y vías de escape entre las soluciones extremas.) Esta relación entre fuerzas internacionales y fuerzas nacionales se complica aún más por la existencia en el interior de cada Estado de numerosas secciones territoriales de diversa estructura y de diversa relación de fuerza en todos los grados (así la Vendée estaba aliada con las fuerzas internacionales reaccionarias y la representada en el seno de la unidad territorial francesa; así Lion en la Revolución francesa representaba un nudo particular de las relaciones, etcétera).
3] Un tercer momento es el de la relación de las fuerzas militares, inmediatamente decisivo en cada ocasión. (El desarrollo histórico oscila continuamente entre el primer y el tercer momento, con la mediación del segundo.) Pero tampoco este es algo indistinto e identificable inmediatamente en forma esquemática; también en este se puede distinguir los grados: el militar en sentido esté todo o técnico-militar y el grado que se puede llamar político-militar. En el desarrollo de la historia estos dos grados se han presentado en una gran variedad de combinaciones. Un ejemplo típico que puede servir como demostración-límite, es el de la relación de presión militar de un Estado sobre una nación que trata de alcanzar su independencia estatal. La relación no es puramente militar, sino político-militar, y de hecho tal tipo de presión sería inexplicable sin el estado de disgregación social del pueblo oprimido y la pasividad de su mayoría; por lo tanto la independencia no podrá ser alcanzada con fuerzas puramente militares, sino militares y político-militares. Si la nación oprimida, en efecto, para iniciar la lucha de independencia tuviera que esperar a que el Estado hegemónico le permita organizar su propio ejército en el sentido estricto y técnico de la palabra, tendrá que guardar buen rato (a puede suceder que la reivindicación detenerse ejército sea satisfecha por la relación hegemónica, pero eso significa que ya una gran parte de la lucha ha sido librada y ganada en el terreno político-militar). La nación oprimida opondrá pues inicialmente a la fuerza militar hegemónica una fuerza que es sólo "político-militar", o sea propondrá una forma de acción política que tenga la virtud determinar reflejos de carácter militar en el sentido de que: 1] tenga la eficacia bélica de la nación hegemónica; 2] que obligue a la fuerza militar hegemónica a diluirse y diseminarse en un gran territorio, anulando gran parte de su eficacia bélica. En el Risorgimiento italiano se puede notar la ausencia desastrosa de una dirección político-militar, especialmente en el Partido de Acción (por congénita incapacidad), pero también en el partido piamontés-moderado tanto antes como después de 1848, ciertamente no por incapacidad si no por "maltusianismo económico-político", o sea porque no se quería ni siquiera aludir a la posibilidad de una reforma agraria y porque no se quería la convocación de una Asamblea Nacional constituyente, sino que solamente se tendía a que la monarquía piamontesa, sin condiciones o limitaciones de origen popular, se extendiera a toda Italia, con pura sanción de plebiscitos regionales.
Otra cuestión vinculada a las anteriores es la de ver si las crisis históricas fundamentales son determinadas inmediatamente por las crisis económicas. La respuesta a la cuestión está contenida implícitamente en los párrafos precedentes, donde son tratadas cuestiones que son otro modo de presentar ésta que se trata ahora, sin embargo siempre es necesario, por razones didácticas, dado el público particular, examinar todo modo de presentación de una misma cuestión como si fuese un problema independiente y nuevo. Se puede excluir que, por sí mismas, las crisis económicas inmediatas produzcan efectos fundamentales; sólo pueden crear un terreno más favorable a la difusión de ciertos modos de pensar, de plantear y resolver las cuestiones que implica todo desarrollo de pensar de plantear y resolver las cuestiones que implican todo desarrollo ulterior de la vida estatal. Por lo demás todas las afirmaciones que conciernen a los periodos de crisis o de prosperidad pueden dar lugar a juicios unilaterales. En su compendio de historia de la Revolución Francesa (ed. Colin.) Mathiez, oponiéndose a la historia vulgar tradicional, que apriorísticamente "encuentra" una crisis de coincidencia con las grandes rupturas de equilibrios sociales, afirmaba que hacia 1789 la situación económica era bastante buena en lo inmediato, por lo que no se puede decir que la catástrofe del Estado absoluto fuese debida a una crisis de empobrecimiento (cfr. la afirmación exacta de Mathiez). Hay que observar que el Estado era víctima de una mortal crisis financiera y se planteaba la cuestión de sobre el cual de los tres órdenes sociales privilegiados debían recaer los sacrificios y las cargas para sacar adelante las finanzas estatales y reales . Además: si la posición económica de la burguesía era próspera, ciertamente no era buena la situación de las clases populares de las ciudades y de las zonas rurales, especialmente la de estas últimas, atormentadas por la miseria endémica. En todo caso, la ruptura del equilibrio de las fuerzas no se produjo por causas mecánicas inmediatas de empobrecimiento del grupo social que tenía interés en romper el equilibrio y que de hecho lo rompió, sino que ocurrió en el cuadro de conflictos superiores al mundo económico inmediato, vinculados al "prestigio" de clase (intereses económicos futuros), a una exasperación del sentimiento de independencia, de autonomía y de poder. La cuestión particular del malestar o bienestar económico como causa de nuevas realidades históricas es un aspecto parcial de la cuestión de las relaciones de fuerza en sus diversos grados. Pueden producirse novedades bien sea porque una situación de bienestar está amenazada por el desnudo egoísmo de un grupo adversario, como porque el malestar se ha vuelto intolerable y no se ve en la vieja sociedad ninguna fuerza que sea capaz de mitigar los héroes y restablecer una normalidad con medios legales. Se puede decir por lo tanto que todos estos elementos son la manifestación concreta de las fluctuaciones de coyuntura del conjunto de la relaciones sociales de fuerza en cuyo terreno tiene lugar el paso de éstas a relaciones políticas de fuerza para culminar en la relación militar decisiva. Si falta este proceso de desarrollo de un momento a otro, y éste es esencialmente un proceso que tiene por actores a los hombres y la voluntad y capacidad de los hombres, la situación permanece inactiva, y pueden darse conclusiones contradictorias: la vieja sociedad resiste y se asegura un periodo de "respiro", exterminando físicamente a la élite adversaria y aterrorizando a las masas de reservas, o bien incluso la destrucción recíproca de las fuerzas en conflicto con la instauración de la paz de los sepulcros, acaso bajo la vigilancia de un centinela extranjero.
Pero la observación más importante que debe hacerse a propósito de todo análisis concreto de la relaciones de fuerza es ésta: que tales análisis no puede y no deben ser fines en sí mismos (a menos que no se escriba un capítulo de historia del pasado) sino que adquieren un significado sólo si sirven para justificar una actividad práctica, una iniciativa de voluntad. Estos muestran cuáles son los puntos de menor resistencia donde la fuerza de la voluntad puede ser habitada más fructuosamente, sugieren las operaciones tácticas inmediatas, indican cómo se puede organizar mejor una campaña de agitación política, que lenguaje será mejor comprendido por las multitudes, etc. El elemento decisivo de toda situación es la fuerza permanente organizada y predispuesta con tiempo que se puede hacer avanzar cuando se juzga que una situación es favorable (y es favorable sólo en la medida en que tal fuerza exista y esté llena de ardor combativo); por eso la tarea esencial es la de ocuparse sistemática y pacientemente en informar, desarrollar, hacer cada vez más homogénea, compacta, consciente de sí misma a esta fuerza. Así se ve en la historia militar y en el cuidado con que en todo tiempo han sido preparados los ejércitos para iniciar una guerra en cualquier momento. Los grandes Estados son grandes Estados precisamente porque en todo momento estaban preparados para insertarse eficazmente en las coyunturas internacionales favorables, y estas eran tales porque existía la posibilidad concreta de insertarse eficazmente en ellas.
Cfr. Cuaderno 4 (XIII), pp. 67-70 bis; Cuaderno 8 (XXVIII), p. 50.
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