Saturday, September 23, 2006

SÓLO VIENTO

Son las tres de la mañana, el fulgor de mis ojos es atrapado en mi iris, un aullido me llama, me tienta..., una ola de vino macera mi vientre y lo único que recuerdo es su esencia, su piel, la forma que el susurro de sus labios se cristaliza en mi cuello. Aún la recuerdo, su aire rizado le roba la sed al mar, crea historias anteriores al hombre, su risa atenúa el rocío de la mañana.

El verano rozaba la arena, en la brisa se respiraba el ocaso de la tarde, y yo, recostada en la playa. El mar tejía la luna, y sin menor aviso que el viento, rompiendo el silencio de las olas, apareció ella, caminando con sus pies desnudos y un vestido violeta, viendo el horizonte..., percibió mi presencia, volteó, y sin decir palabra, besó mi frente, sus tersas manos danzaban en mi rostro. Ella siguió caminando y desapareció en la bruma.

Una semana había pasado que por mis ojos no fluía su dulce figura, el deseo de volver a sentir sus tibias manos se añejaba en mí y, aunque era la primera vez que sentía esto por una mujer, sólo deseaba verla.

El siguiente jueves, decidí salir de mi casa a respirar la sangre del otoño, la brisa atenuaba mi ver y en un instante se tornó cálida; decidí voltear a mi izquierda, ella estaba ahí, a un paso de mí, sólo bebiéndose mis ojos.

-¿Quién eres?
-¿Importa?
- Para mí es necesario tener un nombre.
-¿Para qué?
- Para que lo susurre el viento cada vez que no te vea.
- Sofía.
-¿Ahora lo escuchas?
- No... ¿qué?
- Las hojas danzando por el brío de tu nombre... Sofía.
-¿Acaso tiene nombre la luz que se desliza en mi cuello?
- Angélica.
-¿Cómo es que los cristales de luz ahogan mi ser en suspiros?
- Es sólo la luna que se asoma a ver la flor de la noche, cubriendo su oleaje con tu piel.

El sello de la noche atrae el fruto del silencio y desata la locura de un beso que ofrece ríos de viento y fermenta el humo de la vida.

-¿Ya te vas?
- Mil serpientes se incrustan en mi vientre para no dejarte, pero... es tiempo.
-¿Tiempo de... ?
- De ver, de caminar, de llorar, de resignarse, de sentir la dolorosa lágrima dormida. Adiós.
- El amanecer ha de irse, la aurora se perderá con el júbilo del viento, ¿pero tú?
- Sólo cierra los ojos.
-¿Dejaras en mí este claroscuro de sentimientos cincelando mi razón?
- Adiós...

Bajo aquella luz, un dulce aroma debate la espesura de su vientre, murmura un tierno suscitar, y en el silencio se desnuda el dolor.

El siguiente martes, bajo la dulce nostalgia, como una aprendiz de la soledad, un olor proveniente del viejo bar se vislumbra, mismo que reanima el vacío del silencio, haciéndome entrar en él. Sin darme cuenta empiezo a escribir, tomo una servilleta e indago en mi ser.

Horizonte, ideal macerado,
Porrumpes el ansia de la palabra.

Lluvia enervante, llevas soledad
en el enclaustro.

Provincia sangrada de eternidad,
cazador de ocasos interminables.

- Sofía, tus palabras bruñen cual llama mi lecho de angustia en dulces oleajes de pudor; sé tan poco de ti, aunque presiento como tu naturaleza hunde tus brisas en impaciencia y dolor, ocultas tu mirada he intentas secar tus labios en inviernos y cristalizar el tiempo.

Súbitamente un frío ciega mi ser mientras Sofía acaricia mi cuello.

-¿Te iras?
- Sabes que no quiero que sea así.
- Mientras la tarde amordazaba mi ser, llegas a derribar frontera y encausas mi dolor y lo encarnas en tus labios.
-¿Quieres que así sea?
- Sé que no hay más.
- No hay, ni podrá haber.
- Entonces...
- Ya nos reuniremos, todos nos reunimos en aquella montaña.
- Ahí será y, el caudal de mis sentidos incendiarán los vientos del ocaso haciéndonos una, los suspiros de la noche arropan con delicadeza la tierna alba y se deslizarán hasta convertirse en viento. Hasta entonces... adiós.
- Adiós...

Cuarenta años han pasado, y el aullido sigue..., el mar se ha secado en mis labios, el tiempo no a cegado su esencia, aquellos suspiros cristalizan sus rizos en el mañana y, lo único que sigo esperando es ese día, el viento.

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