Monday, December 20, 2010

Taller de Economía Política

El GDR, en el marco de su 2do Congreso, organizará para sus militantes, simpatizantes y organizaciones hermanas un Taller de Economía Política que impartirán compañeros de la Academía de Economía Política de la Facultad de Economía de la UNAM. Tendrá lugar del 10 al 15 de enero con una duración de 2 horas cada sesión, mismas que se realizarán de las 13 a las 15 hrs.

El programa es el siguiente. Si alguien gusta participar, porfavor en escríbenos a tiemposmodernos.gdr@gmail.com para que te demos la información.

Los textos serán publicados aquí

Lectura de inicio: F. Engels. Reseña del primer tomo de El Capital de Carlos Marx.
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I. INTRODUCCIÓN A LA CRÍTICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA.
De la Economía Política a la Crítica de la Economía Política. El Método de la Economía Política.
Vigencia de la Crítica de la Economía Política en el estudios de los problemas nacionales.
Conceptos fundamentales para la Crítica de la Economía Política:
- Producción, consumo y distribución.
- Propiedad privada.
- Categorías: clase, trabajo excedente y explotación
- Ejército Industrial de Reserva.
- Capital.
- Plusvalía y ganancia.
Lecturas sugeridas:
• Oscar Lange.
• Anwar Shaik. “Valor, acumulación y crisis”

II. FUNCIONAMIENTO DEL CAPITALISMO.
CONDICIONES Y LEYES.
Temas generales:
- Del origen de la propiedad privada al surgimiento del capitalismo
- Manufactura y gran industria
- Jornada de Trabajo
- Salarios
- Leyes: Necesaria correspondencia entre desarrollo de fuerzas productivas y relaciones sociales de producción; Ley general de la acumulación (Ejército Industrial de Reserva); Concentración y centralización de capital
- Ley de la Tendencia decreciente de la tasa de ganancia
- Estructura y superestructura.
Lecturas sugeridas:
• José Ferraro “Introducción al pensamiento de Marx y Engels”. Pp. 105- 135.
• Manuscritos económicos-filosóficos de 1844. Segundo manuscrito. “De la relación de la propiedad privada”

III. TEORÍA DEL VALOR.
Temas generales:
- Mercancía: dualidad de la mercancía: valor de uso y valor de cambio.
- La teoría del valor
- La forma del valor

Lecturas sugeridas:
• Contribución a la Crítica de la Economía Política, Apartado A. Cap. I “Análisis de la mercancía”.
• Jorge Veraza. Leer El capital hoy. La teoría del valor en Marx. Pp. 138-140. La mercancía forma social concreta. Pp. 158-169.
• Carlos Marx, EL CAPITAL, Tomo I, capítulo I

IV. PROCESO DE TRABAJO Y PROCESO DE VALORIZACIÓN
- Proceso de trabajo: trabajo humano, factores del proceso de trabajo.
- Proceso de valorización: proceso de creación de valor, reproducción del valor de la fuerza de trabajo, producción de plusvalor, trabajo socialmente necesario. Trabajo enajenado.
• Cap. 5 “Proceso de trabajo y proceso de valorización”
• Manuscritos económicos-filosóficos de 1844. Trabajo enajenado

Thursday, December 09, 2010

Las críticas de José Revueltas al PCM

Javier Sainz

La situación del PCM

El Partido Comunita Mexicano (PCM), desde su fundación en 1919 hasta 1929, para Revueltas, no fue el partido de vanguardia del proletariado, sino el sector de vanguardia de la democracia burguesa. Y es que el PCM no luchó junto con el proletariado sino que los sustituyó, se creyó de facto que era la vanguardia, como si su sola presencia sustituyera la de la clase obrera, por lo que cree que su alianza con los campesinos es ya de facto la alianza obrero-campesina, razón por la cual, hasta 1929 la base principal del partido son los campesinos, además de que se proponen hacer avanzar la reforma agraria burguesa como táctica de lucha por el socialismo. El PCM no se erige en autocrítica del proletariado, no hace la crítica real de él. De este modo la clase obrera queda en manos del reformismo y del anarco-sindicalismo además de que separa la lucha obrera de la campesina en vez de unirla. En 1929 inicia un nuevo período en la vida el PCM que concluye en 1935 con el VII Congreso de la Internacional Comunista (IC).
El pleno de julio de 1929 del PCM significa un giro de ciento ochenta grados en su política, pero también inicia su política de virajes como recurso para corregir los errores. Se propone la ruptura con la burguesía, la lucha frontal contra el gobierno y la preparación de la insurrección armada para instaurar el poder obrero-campesino. Se expulsa a un ala de derecha representada por Úrsulo Galván. Así mismo, más tarde, se da marcha atrás en la insurrección y el PCM pasa a la clandestinidad hasta 1934 (233).
La política de virajes del PCM, hace que la autocrítica y la democracia sean anuladas y que nadie cuestione en el seno del partido estas políticas, pero también provocan que, para que esta situación continúe, que el partido busque no crecer. El problema principal es que el partido no aparece como el “ser natural de la clase obrera” sino como un agente ajeno a él. El objeto del partido es el proletariado, pero se niega a acercársele, por lo que se presenta como un sujeto sin objeto. Esto trae consigo tres consecuencias inevitables: 1) que el PCM transforme al marxismo-leninismo en un dogma, donde él es el poseedor del marxismo, como una iglesia; 2) este dogmatismo impregna todas sus actividades, así que el centralismo no tiene balance con la democracia y esta última es suprimida; y 3) la práctica del PCM se vuelve dogmática (234-235).
Para Revueltas, el PCM tenía los siguientes errores:
1) carecía de una conciencia colectiva.
2) suprimía el ejercicio de la conciencia colectiva aboliendo la democracia interna.
3) para anular la conciencia colectiva impedía el desarrollo ideológico.
4) para impedir el desarrollo ideológico erigía la teoría en dogma.
5) para erigir la teoría en dogma, impedía el crecimiento del partido.
6) para impedir el crecimiento del partido se desligaba de las masas.
7) para no ligarse a las masas realizaba una práctica errónea.
8) para poder realizar una práctica errónea decía que la situación había sido adversa y que el enemigo fue superior simplemente (327).
El PCM de 1929 a 1934, tergiversó la apreciación de la IC acerca de que se estaba generando una radicalización en las masas, pues para él significó que todo movimiento donde participara tenía que ser el más radical y extremista, con las demandas más altas y que todos los centros del trabajo donde estaba inserto el PCM debían ir a la huelga, de lo cual derivó la expulsión de los comunistas de distintos sindicatos la derrota, encarcelación y asesinato de muchos militantes.
Lo mismo sucede con la política de Frente Popular propuesto por la IC, pues en México pasó a ser la burda simulación de esta política que ocasionó a que las masas perdieran el respeto y apego a esta organización que de modo oportunista aplicó este concepto.
Después de la disolución de la IC, todos estos vicios se afianzan por medio de la dirección de Dionisio Encina, secretario general del partido de 1940 a 1960, que generó un modo de operar que se llamó encinismo que no es sino la radicalización de las enajenaciones antes expuestas. Desde el XX Congreso del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética), la dirección política del PCM (entonces al mando de Encina) venía deformando el significado y el contenido del “culto a la personalidad” haciendo que esta deformación pasara como un vago “endiosamiento” o santificación del jefe y no “como lo connota el lenguaje leninista: sustitución del partido por el grupo dirigente, conversión del grupo dirigente en una pandilla faccional, al margen del partido” (38). Es así que lo que se vive dentro del PCM es un “estalinismo chichimeca, bárbaro, donde el “culto a la personalidad” se convierte en el culto a Huitzilopoztli y en los sacrificios humanos que se le ofrendan periódicamente con la expulsión y liquidación política de los mejores cuadros y militantes, cada vez que esto se hace necesario cuando los sombríos tlatoanis y tlacatecuhtlis dentro del PCM se sienten en peligro de ser barridos por la crítica” (38).En ese período los militantes del PCM apenas llegaban a los dos mil, además de que había un gran número de militantes profesionales, por medio de los cuales se simulaba que se estaba haciendo algo, encubriendo el hecho de la burocratización del partido. Otra cuestión es que el periódico La voz de México, pasó de ser un medio de lucha a un fin en sí mismo. Además para ser miembro del PCM se tenía que aceptar a éste como el partido de vanguardia de la clase obrera per se, lo cual anulaba inmediatamente la crítica.
¿Pero cómo llegamos a esto?
En México “la conciencia de la clase obrera ha permanecido enajenada a ideologías extrañas a su clase, y en particular a la ideología democrático-burguesa,[…] sin que hasta la fecha haya podido conquistar su independencia. O sea su enajenación es histórica” (75) es decir que lo que en México aparece como ideología proletaria, es en realidad una variante “sui generis de la ideología democrático-burguesa dominante” (75). Es de esta manera como el Estado, la revolución mexicana y los gobiernos emanados de ella, pueden adquirir una imagen obrerista que defiende a las masas trabajadoras.
En este proceso han jugado un gran papel las contradicciones entre la burguesía nacional y el capital monopolista extranjero y su análisis, pues de éste han derivado ideas que presentan a la burguesía nacional como revolucionaria en ocasiones y conservadora en otras, por ejemplo, la extrema izquierda piensa que no es una burguesía nacional la que detenta el poder sino una parte de ella que es reaccionaria, a la cual hay que ante poner un Frente Amplio que incluya a la burguesía no reaccionaria.
Para Revueltas las corrientes ideológicas que enajenan la conciencia obrera mexicana pueden dividirse en tres ramas principales:
La corriente democrático-burguesa, representada por la “ideología de la revolución”, “en cuyo seno se mueve un ‘ala izquierda’ nacional-revolucionaria, y un ala derecha nacional-reformista.
La corriente del ‘marxismo’ democrático-burgués, ideología social-burguesa representada por Vicente Lombardo Toledano.
La corriente sectario-oportunista representada por el PCM y el POC (76).
“La característica común de estas tres corrientes ideológicas es que todas giran […] en torno a la interpretación del papel que juega la burguesía nacional en el proceso histórico y político del país […] y dan por descartada la independencia de clase del proletariado, como si ésta fuese un fenómeno ajeno al proceso y sin ninguna conexión histórica con el mismo” (76).
Para las tres ramas anteriores, la burguesía nacional es por excelencia “el aliado de clase obrera”. El PCM “trata de localizar a dicha burguesía progresista en cualquier punto donde imagina que puede encontrarla” (79). La pregunta principal para el PCM es “¿lleva a cabo el gobierno una política contraria al imperialismo? Si la respuesta es afirmativa, eso querrá decir que en el gobierno se encuentra debidamente representada la burguesía nacional; si la respuesta es negativa, eso será el mejor índice de que dicha burguesía ha sido ‘desplazada’ del gobierno” (79). Empero la problemática es que la política estatal oscila mucho entre los dos punto y esa inconsistencia es omitida en el análisis del PCM que, cuando se expresa una tendencia de derecha, le carga el pecado a la burguesía financiera, dejando intacta a la burguesía nacional.
Esta tergiversación es más profunda que el mero dogmatismo del PCM, en realidad, es un reflejo de la “enajenación histórica de la clase obrera por la burguesía nacional” (80), pues fue ella quien “pudo imprimir al proceso del desarrollo ideológico su propio sello, desde un principio, como la clase dirigente de la revolución democrático-burguesa que la llevo al poder” (80) desde 1911, y este es el hecho que ocultan todos lo ideólogos de todas las tendencias de la época.
“¿En qué forma ha podido la burguesía nacional imprimir al desarrollo ideológico su propio sello sin que le haya disputado la preeminencia su clase antagónica, el proletariado?” (81).
Una parte ha sido el poner de cabeza las relaciones ideológicas de la sociedad mexicana, pues esto le ha permitido “negarse” a sí misma como clase y diluir su participación en la revolución mexicana, pues para la mayoría de los ideólogos, la revolución mexicana dio fruto a un Estado que no representa a ninguna clase, sino al pueblo entero, por que los gobierno emanados de ella defienden los intereses de éste y no de ninguna clase en específico, de la misma forma está concebida la Constitución de 1917 y la figura presidencial. “De este modo la organización de la conciencia burguesa no viene siendo, en la realidad histórica de México, sino la organización burguesa de todas las conciencias, la fuerza dirigente en el proceso del desarrollo y la mediatizadora de la conciencia obrera” (81-82).
Para Revueltas, todos los ideólogos se ciñen a preguntarse a qué sector de la burguesía debe apoyar o combatir la clase obrera, mientras que la pregunta que deberían hacerse es la de cómo debe la clase obrera ponerse a la cabeza del desarrollo, dirigirlo y arrastrar tras de sí a las demás clases de la sociedad mexicana susceptibles a seguirla (83). Es decir, se ciñe la relación con la burguesía a una cuestión táctica. Empero ese problema, “si no se quiere sustraer del mismo el fenómeno de la lucha de clases, sólo se puede plantear desde el punto de vista de la correlación de fuerzas entre clases antagónicas, aunque no deba darse por establecida, siempre y en todos los casos, en una obliga disposición de lucha frontal. O sea, la clase obrera está midiendo constantemente sus propias fuerzas y las del adversario para asestar golpes posibles y librar las batallas necesarias en las mejores condiciones, orientada siempre a dirigir la ofensiva principal sobre el lado más débil de dicho adversario” (84). De esta medición de fuerzas se deriva su objeto mismo: “obligar al adversario a dar la pelea en el lugar el momento que uno elige”. Si uno sólo se basa en las intenciones del adversario, las posibles ventajas y batallas ganadas sólo se dan en pro de un campo de batalla que uno no estableció. Las intenciones del adversario son secundarias, pues lo que decide “en última instancia, es la suma de factores que constituye la superioridad de las fuerzas en la lucha. Cuando la táctica no se sustenta en la correlación de fuerzas sino en las intenciones del enemigo, entonces se prescinde de la conquista de la iniciativa y prácticamente la victoria” (84-85).
La falsa ideología proletaria en México es en realidad una sustentación de la colaboración entre clases revestida de una actitud táctica que da por supuesto que el gobierno no representa a la burguesía o a una parte de ella pero de índole reaccionaria. Para esta falsa ideología proletaria, la consideración positiva y negativa de los gobiernos burgueses en México, lo es todo, sin ver que “la política progresista del gobierno es una negación relativa de la burguesía como clase (puesto que tal política parece contrariar sus intereses mediante concesiones a la clase obrera, medidas nacionalista, otorgamiento de libertades democráticas, etc.), pero al mismo tiempo afirma a la burguesía nacional como clase revolucionaria, afirma la existencia aparente de un gobierno no-burgués, ‘amigo de los trabajadores’ y enemigo de una burguesía que, en apariencia, tampoco se encuentra en el poder” (86). El extremo positivo, se produce cuando se denota una política reaccionaria, pro-imperialista y anti-obrera, política que afirma a la burguesía como clase pues aplica una política conservadora de sus intereses, pero también niega a una burguesía nacional como clase reaccionaria, como aliada del imperialismo, según los ideólogos de la enajenación, pues ésta supuestamente ha sido desterrada del gobierno. Ésta visión sólo busca presionar a la burguesía para obtener beneficios, hacer al capitalismo más humano, lo cual condena al movimiento proletario a un estancamiento en el tradeunionismo.
Es esta realidad inmediata la que ha sido el instrumento para alienar la fuerza revolucionaria del proletariado, impidiendo una acción independiente, condicionada por su propia situación. Es decir, para la falsa ideología proletaria se trata de apoyar a los gobiernos progresistas o combatir a los reaccionarios. La cuestión es que el gobierno mexicano utiliza las dos máscaras al mismo tiempo y el proletariado mexicano no actúa de forma independiente, en parte porque estos ideólogos presentan a la independencia del proletariado como una lucha violenta, casi ludista.
Revueltas considera que, en cierto grado, México posee independencia nacional. Que las burguesía nacional, a medida que se agravan las contradicciones sociales, se comporta de una manera más reaccionaria se alía más al imperialismo y, que el desarrollo no capitalista de México es impostergable. El problema de esto es que la realización de un desarrollo no capitalista en México, no está en un horizonte cercano, lo cual avecina una “solución negativa” a estas contradicciones. “los elementos que condicionan esta solución negativa y que impulsan al proceso en esa dirección, son los siguientes: a) burguesía nacional que desempeña el papel hegemónico en las relaciones de clase; b) absoluta falta de independencia de la clase obrera; c) inexistencia del partido de la clase del proletariado; y, como resultado de lo anterior, d) la falta de una alianza entre la clase obrera y los campesino” (93). El recurso social de la burguesía mexicana para resolver de forma negativa esta contradicción es el capitalismo de estado, que para Revueltas, lleva en su seno “las premisas de un sistema fascista de tipo especial” (94).
Revueltas se dispone a analizar tres posiciones características del movimiento socialista mexicano: a) la del PCM; b) la del Frente Obrero (FO); y c) la de Vicente Lombardo Toledano. Lo que encuentra de común en las tres posiciones es que reconocen que hay sectores progresistas en la burguesía y que deben aliarse a ellos; así mismo reconocen que hay una burguesía reaccionaria que se alía al imperialismo. De esta suerte, sí el gobierno hace una política anti-obrera, es porque la burguesía reaccionaria la instrumentó, colocando a la burguesía nacional “fuera del gobierno y la convierte en un factor crítico que presiona para que esa política se modifique” (97). Lombardo Toledano le pone el adjetivo de nacionalista. El FO, desaparece de la historia a la burguesía y la piensa como incapaz de dirigir cualquier lucha de liberación. En lo único que difieren estas tres posiciones es acerca de dónde encontrar a esta burguesía nacional revolucionaria.
La razón de porqué estas formulaciones existen, son dos: “1) la ausencia de la más insignificante información ideológica que pudiera permitir el conocimiento de la composición de la clase del gobierno y que pudiera resolver la pregunta sin cuya repuesta el proletariado de ningún país puede dar un solo paso hacia adelante, o sea: ¿qué clase nos gobierna? ¿Qué clase o grupo de clases tienen el poder en México?; y 2) la ausencia igualmente, de una definición precisa de los rasgos que definen a la burguesía nacional, cuáles son sus relaciones exactas de clase y cuál es el punto donde se encuentra, el lugar que ocupa en el desarrollo histórico y en la vida política del país” (99).
Acerca del cuestionamiento más preciso de qué clase se expresa a través del gobierno de López Mateos (1958 a 1964), el PCM nos dice que su gobierno no lo constituye un bloque homogéneo, que existen contradicciones en su seno y que éstas son fruto de la disputa entre la burguesía nacional y el imperialismo. Y así es, hay una serie de contradicciones que si no son analizadas de forma histórica, parecieran gratuitas sus vacilaciones (102).
Algo sintomático es que, “junto a una gran burguesía reaccionaria, la burguesía nacional se empequeñece, se empobrece, y en proporción inversa a su pequeñez, a su insignificancia, a su desvalimiento, su carácter revolucionario se agranda y magnifica, en contraposición a su otro yo reaccionario donde aparece desnuda en toda la perversidad y avilantez del ‘villano’ de la película democrático-burguesa” (103). “¿Qué más puede agradecer la burguesía mexicana que este homenaje a su no-ser de clase, en que los ‘ideólogos obreros’ se rinden a los pies de una estrategia democrática-burguesa en la que están excluidas, aun tiempo, la realidad concreta y la dependencia de clase del proletario?” (104). Las posiciones del PCM y del FO omiten el hecho de que ellos mismos constituyen una pieza más de la burguesía.
Cuando el PCM trata de explicar la política anti-obrera del gobierno y atribuye a una “gran burguesía reaccionaria mexicana”, sólo muestra como menos burguesa a la burguesía nacional que se encuentra en el poder, “que es dueña material del gobierno, y cuya tendencia es seguir de modo preferente el camino reaccionario, aunque no renuncie a su política nacionalista” (106).
La solución que las tres tendencias dan es la creación de un Frente Nacional, pero cada posición considera de forma distinta la conformación de éste. Para el PCM, como la burguesía nacional no está dentro del gobierno, el Frente Nacional, además de ser anti-imperialista debe ser también anti-gubernamental, pero hay que localizarla y hasta entonces no se puede formar. Para Lombardo Toledano, la burguesía “nacionalista” está dentro del gobierno y forma parte del Frente. Para el FO, es la burguesía industrial que apenas se está desarrollando en el país. Pero lo que las tres posiciones ocultan es la necesidad de que la clase obrera, “en alianza con los campesinos, desempeñe el papel dirigente en el proceso democrático-burgués y anti-imperialista, dispute con la burguesía nacional ese papel, se lo arrebate y la obligue a ir detrás, como clase dirigida por el proletariado y no como clase hegemónica que mediatice a éste y enajene su conciencia, al modo que ha ocurrido hasta el presente en nuestro país” (108).
Las alianzas del proletariado.
Para Revueltas, el problema de las alianzas del proletariado con otras clases, excluye todo aquello que promueva su alienación, es por eso que transcribe 5 puntos adoptados por el Partido Comunista Uruguayo respecto a la conformación y seguimiento de un Frente Único:
1)El papel dirigente del proletariado a través de la acción rectora del partido; 2) los objetivos de las revolución concebidos como la primera fase en el proceso de tránsito hacia el régimen socialista; 3) la alianza obrero-campesina como base del frente nacional; 4) la política de alianzas, política de “unidad y lucha” como dijera Mao Tse-tung, o sea de alianzas por objetivos comunes y de lucha por los principios de la clase obrera; y 5) la atención a la construcción de un fuerte partido de la clase obrera, revolucionario por su teoría y su organización (109).
Éstos son para Revueltas los puntos básicos para que el proletariado participe en la revolución democrático-burguesa sin diluirse ideológicamente. Asimismo, nos recuerda que desde el VII y último Congreso de la Internacional Comunista en 1935, la política propuesta es la de un frente común de clases o de fuerzas políticas representativas de diferentes sectores sociales, en la lucha por objetivos comunes, pero su errónea, mecánica y unilateral aplicación en México ha traído para clase obrera nada sino la disolución ideológica y política en la revolución democrático-burguesa dirigida y encabezada por la burguesía nacional como clase hegemónica exclusiva. Debido a esto el PCM se ha convertido en “un partido irreconocible en comparación con los demás partidos comunistas del mundo y en relación con lo que debe ser un verdadero partido proletario de clase” (110-111).
El proletariado en la revolución mexicana democrático-burguesa.
Hay tres problemas fundamentales que debemos tener claros para entender el actuar y enajenación del PCM: “a) el proceso general del desarrollo ideológico de la revolución democrático-burguesa en México; b) el carácter obrerista de la ideología democrático-burguesa en nuestro país, y c) qué clase o clases, qué sector o sectores sociales representan en México la conciencia de tal proceso ideológico y cuál es, o ha sido, la dirección racional de la crítica histórica (112).
a)El proceso general del desarrollo ideológico de la revolución democrático-burguesa en México.
Una de las primeras características de la ideología burguesa es su actitud de negarse como tal ideología, de auto-negarse ideológicamente. Otra es su pobreza y retraso que muestran su incapacidad de aportar algún valor original a la ideología burguesa imperante en el mundo, sino que culturalmente tienen retomar la cultura proletaria y redireccionarla para sus fines, es decir, transformarla en democrático-burguesa. Es decir, la burguesía nacional no tiene un sistema ideológico organizado dentro de un programa antes de que inicie la revolución de 1910, es así que se presenta como un sistema ideológico formado durante la lucha armada, de modo espontáneo y que reivindica a todas las clases de la sociedad, asimismo es como logra la consolidación de la Constitución del 17 y los gobierno emanados de la revolución. (114).
Revueltas hace un análisis de la Guerra de Reforma, pues para él es el inicio de un período de gesta la burguesía por el poder y al respecto tiene tres conclusiones nodales: a) ésta no se propuso una transformación económica total y desde la base de las relaciones sociales sino que el latifundio fue sustituido por la propiedad y la producción capitalista, situación que surge a partir de la revolución de Ayutla; b) la guerra de reforma “enderezó su lucha preponderantemente –y en virtud de las necesidades políticas y sociales inmediatas de la época– contra la entidad latifundista más poderosa y de mayor importancia económica: la Iglesia católica, pero dejando en pie las relaciones feudales y semi-feudales en la forma dominante de la tierra”; y c) “la desamortización de bienes de manos muertas no sólo afecto a las propiedades eclesiásticas, sino que se convirtió en un instrumento de despojo de las comunidades indígenas” (119-120).
El latifundismo, durante de la Guerra de Reforma, fue la expresión irracional, pues se había convertido en un parásito improductivo llevando el proceso de producción a las etapas más primitivas, pues se devastaba la tierra en el proceso de producción y la hacía infértil. La propuesta de la ideología democrático-burguesa fue multiplicar la intensidad del cultivo, lo cual en los hechos era sustituir las relaciones feudales de producción por las capitalistas. Es de estas premisas de donde la ideología democrático-burguesa extrae su actitud nacionalista y agrarista, donde el Estado es dueño de las materias primas (121).
b)El carácter “obrerista de la ideología democrático-burguesa.
Respecto a su actitud proletaria, cabe destacar que las condiciones en que nace, como en todas partes del mundo, es siendo una clase minoritaria en la sociedad, con las peores condiciones de vida, pero con una potencialidad revolucionaria innegable. Son tres las características principales que destaca Revueltas respecto al nacimiento de la clase obrera mexicana: a) necesitada de protección por parte del Estado. Es una clase que sabe hacer política, “pero que no puede ni sabe hacer una política propia, porque se considera tan insignificante y humilde que tampoco concibe que pueda existir una política propia de la clase obrera” (126); b) “noción fatalista de las huelgas como recurso heroico, al que sólo puede apelarse por desesperación” (126); y c) “concepto burgués de la solución de las contradicciones y desigualdades económicas” (127).
En realidad, para ese momento, los objetivos expresados por los ideólogos de la clase obrera mexicana no eran muy diferentes de los expresados por la ideología democrático-burguesa, por lo que adoptaron su ideología y el programa de la burguesía nacional, donde sólo pedían que existiera un estado que fuese “bueno” con ellos y así la burguesía los limitó a pedir reformas a la ley, luchar por sus intereses económicos inmediatos, frenar la voracidad patronal, ocupar puestos públicos, educación, pero nunca aspirar al poder. Es así que el proletariado mexicano empezó hacer su política burguesa en contra del régimen porfidista bajo una ideología democrático-burguesa (129).
Revueltas propone analizar el artículo 123 de la Constitución de 1917 para entender el cómo trata la burguesía la cuestión obrera; al respecto observa que el contrato de trabajo ya no es entendido como un contrato de arrendamiento y que se establece una igualdad entre quien da el trabajo y quien lo recibe, entre la burguesía y el proletariado, donde el Estado es una especie de mediador entre clases.
Se eleva al patrón, al burgués como una parte de los factores de producción, fetichizando la realidad, como si la propiedad privada no existiera, pues dentro de los medios de producción es concebido el patrón, “es un hombre que tiene tanta fuerza motriz como su fábrica, tanta eficacia y tanta precisión como su maquinaria, tanto poder de cambio como el volumen total de las mercancías que se producen en su empresa” (134).
c)Qué clase o clases, qué sector o sectores sociales representan en México la conciencia del desarrollo ideológico democrático-burgués y cuál es, o ha sido, la dirección racional de la crítica histórica.
Para Revueltas, “no es sino hasta el primer tercio del siglo XIX cuando la burguesía propia mente dicha comienza a dar las primeras muestras apreciables y serias de su existencia en México” (137), en específico con tres proyectos emprendidos por ésta clase: 1) el proyecto de Godoy; 2) la creación del Banco del Avío; y 3) la creación del a dirección de industria.
Se deben entender dos cuestiones para poder comprender el papel revolucionario de la burguesía durante el siglo XIX: 1) “el carácter agrario con el que aparece históricamente la ideología democrático-burguesa en México” (139); 2) la extracción de clase, el origen social de los ideólogos democrático-burgueses.
“La falta de conciencia burguesa de la clase de los capitalistas industriales, su pusilanimidad y oportunismo políticos hasta cierto momento histórico –debidos, por otra parte, a su poco peso específico– explican del modo más evidente la extracción social de los ideólogos y de los caudillos de la revolución mexicana democrático-burguesa, es decir, el porqué estos ideólogos y caudillos no son burgueses industriales, en la mayoría de los casos, sino unos, miembros de la intelectualidad perteneciente a las profesiones liberales, y otros, pequeños, medianos y grandes terratenientes burgueses, no feudales sino capitalistas, que han hecho, o quieren hacer realidad en sus fincas, aquel propósito de ‘multiplicar la intensidad de cultivo’ de que hablara Molina Enríquez” (140).
La burguesía nacional, concluye, “está integrada por la gran, mediana y pequeña burguesía agraria de terratenientes capitalistas anti-feudales; por los grandes y pequeños pequeñoburgueses industriales y por la ‘burguesía ideóloga’ perteneciente a la intelectualidad, principalmente aquella que ejerce las profesiones liberales” (141).
PNR, Partido y Estado.
La disidencia a los gobiernos “emanados de la revolución” es tratada como enemiga del pueblo, pues ellos van en contra de los intereses de la revolución. Es por eso que toda expresión independiente de la clase obrera es suprimida, testimonio de ellos son las huelgas ferrocarrileras, tranviarias y textiles durante los gobiernos de Calles y Obregón, es decir, lo que le interesa a la burguesía es que el proletariado no tenga independencia de clase y que mantenga su accionar político dentro de los intereses de la burguesía, es decir se tolerarán aquellas luchas que “se constriñan a pelear de modo exclusivo por sus intereses económicos limitados” (167).
La existencia de un partido de Estado le permite un mayor dominio de la subordinación de las masas organizadas. A los campesinos, “base natural en que se apoya el partido de clase de la burguesía y, por ende, el gobierno mismo” (167), los agrupa en organizaciones oficiales hasta que crea la gran Confederación Nacional Campesina. El proletariado participa en el estado a través de las Juntas de Conciliación. Es así que el PNR se convierte en una especie de extensión social del Estado, “que de este modo hace penetrar sus filamentos organizativos hasta las capas más hondas de la población que impide con ellos una política de clase” (168). Es así que el partido de “Estado cumple la triple misión de clase que le ha impuesto el desarrollo democrático-burgués: a) dirigir a la burguesía y mediatizar bajo esa dirección a todo el conjunto de la sociedad mexicana; b) conservar y afianzar la colaboración de clases entre burgueses y proletariado; garantizar como indisputable la dirección de las masas campesinas por la burguesía, y fortalecer la alianza entre ambas, alianza que seguirá siendo lo más esencial para la clase burguesa pero que, al mismo tiempo, constituye su talón de Aquiles” (169).
Una cuestión nodal para Revueltas es comprender que el desarrollo democrático burgués “es un proceso que no sólo interesa a la burguesía, sino que interesa y afecta a todas las clases y sectores revolucionarios de la sociedad, y desde luego, en forma por demás activa, a la clase obrera” (170). Es gracias a la expansión de desarrollo democrático-burgués que puede existir una clase obrera, pero lo de lo que se trata es que el proletariado sea el que dirija ese desarrollo y no la burguesía, de lo anterior, han surgido una serie de interpretaciones oportunistas que vociferan que el proletariado debe aliarse con la burguesía para alcanzar el socialismo y debe subordinar su política a la de la burguesía.
Revueltas se cuestiona la causa de la inhibición histórica de la ideología proletaria ante un movimiento de proporciones tan bastas y de raíces tan profundas, como la revolución mexicana democrático-burguesa de 1910 a 1917 (177). Su respuesta es que la ideología democrático burguesa “dominante en el proceso de desarrollo y , consecuentemente, la ideología que puede comprobarse como la más real y racional en el curso del despliegue práctico, objetivo de dicho desarrollo, en tanto éste coincide con sus propias necesidades […], asume para sí la conciencia socialista, la hace suya, y reduce a la ideología proletaria a convertirse, cuando mucho, en su extremo más radical, en su ala izquierda” (178).
Para los gobiernos emanados de la revolución, la prioridad no es el establecimiento de las relaciones capitalistas, sino la constitución orgánica de la nacionalidad, así identifica el proceso de reforma agraria, como identificará también a las reformas obreras con el socialismo. Las causas de esto radican en el carácter objetivo con que el problema obrero aparece ante la ideología democrático-burguesa (181):
a)La clase obrera […] inicia su participación histórica […] como una fuerza enemiga de los enemigos de la burguesía nacional industrial.
b)La burguesía industrial, […] no ha participado en la revolución mexicana ni se siente representada por la ideología democrático-burguesa, sino que puede considerarse, […] al mismo nivel que los hacendados feudales–es así que el estado tiene que sortear una doble lucha contra los hacendados feudales y su símil en la industria y esta doble pelea se expresa en los artículos 123 y 27 de la Constitución–.
c)De los anterior podemos ver porqué la clase obrera se siente representada en la revolución mexicana que peleaba contra aquellos que la explotaban.
d)La clase obrera carece de recurso políticos propios y su carácter desvalido hace que el único horizonte posible para ella sea la de que el estado la proteja.
La situación de la clase obrera para esos años, Revueltas la resume en tres cuestiones: a) la debilidad orgánica del proletariado; b) su incapacidad y su nula independencia de clase, hace que, su potencialidad revolucionaria, sea una herramienta de la burguesía, que hace gala de su poder obrero y de constituir el verdadero socialismo.; c) El poder obrero de la burguesía anula al proletariado como clase independiente (182).
El demo-marxismo (Lombardo Toledano) entonces, cree que, como la tarea actual del proletariado no es la construcción del socialismo, sus esfuerzos deben enfocarse al desarrollo democrático-burgués, que en términos prácticos es lucha por la aplicación de la reforma agraria en gran escala, la industrialización del país y la liberación nacional del yugo imperialista norteamericano; el instrumento para conseguir esto es el “frente patriótico” o “frente de liberación nacional” donde participa la burguesía “progresista” (183). En conclusión, para el demo-marxismo es la burguesía quien debe dirigir el proceso de desarrollo democrático-burgués.
La independencia de clase
“El concepto de independencia de la clase obrera se ha falsificado de mil formas en México por los impostores de la ideología marxistas” (187) y esto tiene razones históricas: “la independencia proletaria constituye el punto clase, esencial, de las relaciones de clase en la sociedad mexicana contemporánea, y en su inexistencia se sustenta el papel dominante que ejerce la burguesía y su gobierno dentro de estas relaciones de clase, de ahí, el interés que se demuestra en velar, oscurecer, deformar y escamotear el problema por parte de los ideólogos, y de reprimir mediante la fuerza cualquier síntoma de sus manifestaciones, por parte de las autoridades” (187.188).
Marx advierte objetivamente la existencia del proletariado como un clase independiente por su singularidad, nacida de la sociedad burguesa pero no perteneciente a ella, pues ésta el expresión que lo explota; así mismo ve que su nacimiento se debe a la propiedad privada sobre los medios de producción, por lo que debe sublevarse en contra de ésta; como negación de la propiedad privada su movimiento va dirigido en contra de la propiedad privada y ese es su accionar como clase, como proletariado.
Para Revueltas, a medida de que el proletariado, por medio de su pensamiento teórico, descubre la raíz de su explotación y su papel histórico, debe transformar “sus determinaciones conscientes, esporádicas y espontáneas, en conciencia organizada” (191). Nos recuerda esto que no es lo mismo las luchas obreras que las luchas de la clase obrera, pues una se basa en el impulso espontáneo que no rebasa una conciencia traudeuneonista.
El papel de los ideólogos proletarios es dar a la clase obrera su conciencia en una forma organizada, es decir, instituyéndose en cerebro colectivo que piensa por, para y con la clase obrera. Pensar por la clase obrera significa conocer su historia y condiciones específicas, su relación con las demás clases, el estado del desarrollo histórico del país, el peso de la clase obrera y su capacidad de incidencia, y así trazar la estrategia y la táctica a seguir, es decir, la cuestión de los fines y medios. Pensar para la clase obrera es denotar las consignas que movilicen y arrastren a los demás sectores con el proletariado a la cabeza, pero no cualquier consigna, sino las que “se necesitan y ya están implícitas en la realidad”. No se trata de movilizar por movilizar, por que ello será una movilización anti-proletaria. Se trata de establecer una “relación armónica, no contradictoria, entre las consignas elaboradas para una situación inmediata y los fines históricos de la clase”, de lo contrario el movimiento será burgués debido a que sólo busca subsanar una falla del sistema capitalista. El pensar con la clase obrera es pensar y actuar a su lado, no aislada de ella en alguna torre de marfil (193-194).
Es por eso que existen organizaciones “cofunden” sus intereses con los de la clase obrera y su fin, en si mismo, es el de estar con las masas sin finalidad alguna.
Es gracias a que un dominio de la teoría del marxismo-leninismo y que se piense por, para y con la clase obrera que un grupo puede emprender un acción proletaria.
La independencia de clase es una potencialidad de la clase de obrera, no es algo que se de facto en el proletariado. Sus acciones espontáneas sólo representan una independencia relativa que devienen en movimientos burgueses debido a una falta de dirección proletaria, esto en el caso positivo, que si no acaban con el aplastamiento y represión estatal, condenando a la disolución, dispersión e inactividad de las agrupaciones participantes. Así surgen dos corrientes de la conciencia obrera deformada: a) el reformismo y b) el anarco-sindicalismo; a) el reformismo pretender reformar la sociedad burguesa por medio de la obtención de bueno contratos de trabajo, del proteccionismo estatal la participación obrera en las utilidades de las empresas, pero sin proponerse la destrucción del capitalismo; b) el anarco-sindicalismo pretende que los resultados negativos de la lucha (la represión violenta de las huelgas, el encarcelamiento de los militantes y participantes) eduquen “a las masas proletarias y de abrirles los ojos respecto a la naturaleza brutal y despiadada que tienen el sistema capitalista y el Estado que lo representa” (196-197).
La conciencia proletaria verdadera no renuncia a obtener ventajas y beneficios inmediatos, pero esto es para fortalecer las posiciones de la clase obrera y darle una “noción precisa de su fuerza y de su independencia, hecho que le permitirá, con la estrategia y táctica de lucha más adecuadas, la subversión del orden social existente, comenzando con la toma del poder” (197). No se trata de lanzar a las masas a se derrotadas, sino que salgan victoriosas. Las derrotas y las victorias educan, siempre y cuando las masas tengan conciencia de ello, de lo que sucedió para que incorporen nuevas y eficaces tácticas como armas de lucha. Uno puede ser derrotado y debe aprender de ello pero saber que eso pasaría y no preverlo es anti-proletario (198).
¿En qué condiciones […]la ideología proletaria puede no llegar convertirse en la ideología histórica de la clase obrera en un país determinado? ¿Qué causas pueden ser las que hagan marchar por un lado a la ideología proletaria, y por el otro a la clase obrera?
La respuesta a la primer pregunta es que “la ideología proletaria no se convertirá en la ideología histórica de la clase obrera de un país determinado si no se convierte al mismo tiempo en al conciencia determinada y concreta de la clase obrera del país de que se trate” (199), es decir la ideología proletaria debe ser universal en una sociedad. La respuesta para la segunda es que la ideología proletaria “no haya sabido encontrar el camino para devenir en la conciencia organizada de la clase; no hay sabido ni podido organizar esa conciencia con el método y en la forma particulares que se derivan de la situación específica que ocupe la clase en el conglomerado social, sus relaciones inmediatas e históricas, las influencias ideológicas extrañas de que sea víctima, etc. […]–Así esa organización estará– unas veces a la cabeza de algunas luchas proletarias y otras al margen de las mismas; unas veces a la cola de acciones espontáneas, arrastrada por ellas, y otras condenándolas de modo arbitrario, pero siempre a merced de los acontecimientos y sin brújula alguna que pueda conducirla a través de la marea de la luchas de clases” (200).
Con la revolución hecha gobierno, para 1917, la clase obrera estaba abandonada a dos corrientes políticas, el reformismo y el anarco-sindicalismo. La primera con sus organizaciones como la Casa del Obrero Mundial (1915), la Confederación regional Obrera Mexicana (CROM, 1918), la CTM (1936); y la segunda con la Confederación General de Trabajadores (CGT) que después cayó en manos del demo-marxismo (209-210).
Para Revueltas, la tarea de los comunistas, era ir al encuentro del movimiento obrero anarco-sindicalista, para superarlo en y con la clase obrera, mediante la racionalización de sus luchas independientes.
Otra cuestión nodal para revueltas, es que el proletariado mexicano no debe estar en contra de la revolución democrático-burguesa y cita a Lenin:
La revolución burguesa expresa las necesidades del desarrollo del capitalismo no sólo destruyendo sus bases, sino, al contrario ensanchándolas y profundizándolas. Esta revolución expresa, por tanto, no sólo los intereses de la clase obrera, sino también los de toda la burguesía –y de hecho expresa más los de esta última–. […] Pero es completamente absurda la idea de que la revolución burguesa no expresa en lo más mínimo los intereses del proletariado (212).
Esta es una idea del populismo y del anarquismo. Se trata de participar en la revolución burguesa pero con independencia de clase para traer ventajas de luchas y buscar la dirección política del movimiento para lograr el derrocamiento del estado capitalista. Empero la CGT en México, decide no participar en ella lo que deviene en aislamiento político y en luchas tradeunionistas.
Pero ahora, si el proletariado participa en la revolución burguesa, la lucha de clases no se puede plantear de modo frontal en este período, sino como lucha por su independencia, su conservación y la dirección de la revolución. Es necesario satisfacer las necesidades inmediatas y por las condiciones de preparación de fuerzas para la revolución proletaria (216-217).
Para los ideólogos de la enajenación, la amenaza imperialista despoja a la burguesía nacional de su carácter de clase, haciéndola anti-imperialista y progresista. Así mismo no conciben la industrialización como una facilidad, una ventaja en la lucha del proletariado por el socialismo, sino como una aceleración de la condiciones y dejan en manos de la burguesía la hegemonía del proceso. Adoptan el término de prosperidad capitalista, donde lo bueno para el burgués, es bueno para el obrero. Ésta es la posición del PCM y de Lombardo Toledano. Para ellos, el proletariado no existe en su análisis de las relaciones de clase.
La realidad de las relaciones de clase se expresa “en la posición estratégica que se tengan las clases hacia el Estado y, consecuentemente, en la actitud táctica que observan frente al gobierno. […] Que estas relaciones de tácticas supongan una lucha violenta o no violenta, dentro de la legalidad constitucional o fuera de ella, por procedimientos parlamentarios o a través de la lucha de masas (o por medio de una combinación de ambos métodos), serán cosas que decidan la correlación de fuerzas y otros factores. Pero ante todo se tratará de mantener hacia el Estado y el gobierno una posición de lucha de clases” (220).
El PCM y Lombardo Toledano, no buscan que sea el proletariado mismo quien ensanche el marco democrático-burgués y cede esto tarea a la burguesía con el pretexto de no saltar etapas. Luchar por hacer avanzar la revolución mexicana no es sino apoyar a la burguesía nacional y anular la lucha de clases.
La raíz esencial, para Revueltas, de la falta de independencia de la clase obrera, está en el papel que ha representado el PCM como conciencia obrera deformada. Como se ve en el anterior capítulo, la tarea que debió haberse abocado el PCM es la de buscar la independencia de clase y acercarse al anarco-sindicalismo para así racionalizar y encausar sus luchas y librarlas del anarco-sindicalismo y del reformis8mo.
En México el anarco-sindicalismo era una expresión independiente del proletariado mexicano, desligado de la democracia burguesa, que se dedicaba a preconizar la no participación delos obreros en la elecciones. Así el PCM condena de facto al anarco-sindicalismo con base en los pleitos de la I Internacional Comunista, sin ver que era un sector que actuaba con independencia de clase. Así combate la negativa de la CGT a participar en las elecciones, sin ver que esto era algo positivo, no porque no debiese participar en las elecciones de facto, sino porque el proletariado debe participar como clase y no como apéndice obrero de la burguesía (223-224).
Así el PCM oponía a los reformistas la teoría de la lucha de clases y a los anarco-sindicalistas la necesidad de la participación en la política. Así el PCM no hace sino inducir al proletariado mexicano a hacer política burguesa y ser apéndice de ella. Así se en su argumentación de porqué apoyó a varios presidentes, donde lo importante es cuantas organizaciones obreras impulsaban al candidato.
Revueltas por la conformación de partido.
“Para Revueltas, en 1943, la construcción del ‘verdadero’, de ‘auténtico’ partido de clase obrera en México debía realizarse a partir de la unificación de los diferentes sectores ‘marxistas’ mexicanos. Es decir, privilegiaba en la construcción del partido proletario elementos de carácter ideológico (la aceptación y discusión del ‘marxismo’, de criterios, programas, etcétera, por parte de quienes lo integren) y el carácter único de dicha organización (esto es que aglutine a todos los marxistas mexicanos) (19). Ésta era la idea de que el PCM y el POCM (Partido Obrero-Campesino Mexicano) dialogaran y se unificaran. De esto sólo devino un gran sería de expulsiones para Revueltas.
Años más tarde inició otro proceso de donde vino la conformación de la LLE, donde el problema del partido era para el un problema de la teoría del conocimiento, un problema gnoseológico, donde la base del partido eran los círculos de estudio (23). Es por eso que su actividad central fue la criticar las deformaciones democrático–burguesas del marxismo mexicano, empero este experimento derivó en sectarismos debido al auto-confinamiento de la organización y la pseudo-ortodoxia, razones que provocaron la expulsión de Revueltas (24-25).
Sigue estos esfuerzos en la Célula leninista Carlos Marx pero sin avance alguno. Es hasta su participación en el movimiento estudiantil de 1968 que surge un nuevo concepto plasmado en otra obra, Dialéctica de la conciencia, que busca ser la fusión dialéctica entre el centralismo y la democracia; esto era lo que Revueltas quería plasmar el prólogo a la segunda edición del proletariado sin cabeza, empero le llega la muerte antes de poder concretar este propósito.

Sunday, December 05, 2010

LA FILOSOFÍA DE LA PRAXIS
COMO ARMA DE LA REVOLUCIÓN

En todo autor, y de manera especial en un filósofo, es noto-rio que su tiempo histórico marca su producción y, al mismo tiempo, le da la oportunidad de réplica. Adolfo Sánchez Vázquez a sido marcado por los acontecimientos de lo que Hobsbawm ha dado en llamar el siglo XX corto, —que va de la toma del poder por parte de los bolcheviques en Rusia a la caída del muro de Berlín— Filosofía de la praxis es publica-da en plena guerra fría, el mismo año en que el Che es asesi-nado en Bolivia, y poco antes de que en Checoslovaquia las polémicas teóricas sobre el rumbo del socialismo fueran re-sueltas por la epistemología de los tanques soviéticos, un año antes de 1968. Bajo estas condiciones epocales construye su obra, emprende su crítica al ser social y replica a su tiempo. De esta obra nos separa el colapso del Estado soviético y instauración del nuevo orden mundial unipolar, pero la lec-tura que en ella se hace de Marx continúa replicando, quizá con más fuerza, quizá con más urgencia.
Durante décadas la mayoría de los textos de Sánchez Vázquez han sido leídos ampliadamente, dando pie a inten-sos debates, sin embargo aún no se han extraído las ense-ñanzas más valiosas contenidas en su Filosofía de la praxis, más aún, de manera sorprendente, su contenido fundamen-tal permanece ajeno no sólo a los medios académicos tradi-cionales sino también a muchos de los actuales adherentes a la corriente marxista en la que se inscribe.
Los mejores momentos de la perspectiva que desarrolla este texto aún están por venir, a condición de que sus conte-nidos sean recuperados de una manera radicalmente dife-rente a como se ha hecho hasta ahora. Para poder llegar a este punto, es necesario comprender por qué dice el autor que el marxismo —es decir, la filosofía de la praxis— repre-senta una verdadera revolución en la filosofía y el contexto en que hace esta afirmación.
Entender el marxismo como una filosofía de la praxis no es una innovación respecto de los avances de Marx sino en la medida en que recupera el planteamiento original del marxismo respecto de las deformaciones a que había sido sometido por los marxistas de la Segunda Internacional y posteriormente por los de la Tercera. Por eso es necesario que, aunque de manera abreviada, tengamos presente cómo se gesta ese rescate.
El debate en el marxismo
El primer teórico que define al marxismo explícitamente como una filosofía de la praxis es Antonio Labriola a quien retoma después Rodolfo Mondolfo en un ensayo sobre Feuer-bach y Marx de 1909, pero para que esta reivindicación tu-viera implantación, necesitaba de la maduración de un con-texto histórico que permitiera valorar el poder material de las teorías:
Tras la coyuntura revolucionaria abierta por la primera guerra mundial de 1914-1918, se volvieron claramente visi-bles las consecuencias prácticas del marxismo objetivista de la segunda internacional: al pretender acceder al socialismo de manera gradual y evolutiva, basándose en leyes objetivas del desarrollo económico, se subvaloró el papel del sujeto y se renunció por tanto a la noción de revolución; esto en un momento en que las opciones eran impulsar la ruptura revolucionaria o contribuir a sumir a la humanidad en una guerra interimperialista.
A partir de ese momento, y al principio de manera preca-ria, se expresa una revaloración del papel del sujeto en las transformaciones revolucionarias. Así, en 1917, Gramsci saluda el asalto revolucionario bolchevique al poder con un articulo titulado “La revolución contra El capital”. En reali-dad el revolucionario italiano no ataca la obra cumbre de Marx sino la interpretación socialdemócrata que pretendía ver en ella impuestas leyes objetivas que independientemen-te de la acción política llevarían a la sociedad necesariamen-te al socialismo.
Entre 1919 y 1923, en el momento en que la revolución rusa no se a deformado completamente y en Europa aún no se a cerrado la coyuntura revolucionaria, Lukács elabora una serie de ensayos, que poco después serán agrupados y publi-cados bajo el nombre de Historia y conciencia de clase, en los que revalora el papel de la praxis revolucionaria del proleta-riado que actúa en condiciones objetivas determinadas. Por su parte, tras la derrota de la revolución alemana, Karl Korsch enarbola postulados análogos. En este periodo de resurgimiento de la filosofía de la praxis, ésta comienza por definirse como el rechazo a un marxismo que intentaba apa-recer como ciencia objetiva.
Años después, durante el periodo stalinista, los pensado-res marxistas, incluso occidentales se vieron imposibilitados para expresar las contradicciones existentes en la URSS, en los países del Este y a lo largo y ancho de la Internacional Comunista. La burocracia que controlaba el Estado soviético estaba interesada no en impulsar la revolución mundial sino en perpetuarse, por lo que impulsó una concepción del marxismo objetivista y estática difundida bajo el nombre de materialismo dialéctico o Dia-Mat, la cual regresa, bajo una nueva forma, a los contenidos deterministas económicos de los teóricos de la Segunda Internacional. Nuevamente se intenta de esta manera darle al marxismo un rango de cien-cia, de explicación objetiva de las leyes inexorables que rigen el mundo existente y para lograr este propósito se apela al nombre de Lenin cuyo proyecto revolucionario es así mutila-do y deformado toda vez que su obra y su vida se orientaron a revalorar el papel de un sujeto revolucionario que, si bien actúa bajo condiciones objetivas que reconoce y asume no por ello espera pasivamente el advenimiento del socialismo. Otro aspecto característico de la filosofía soviética fue el recurso a la clásica disputa entre materialismo e idealismo para encubrir una jerarquización de la materia por sobre la conciencia y por ende sobre la parte subjetiva de la praxis, lo cual ajustó perfectamente con su política quietista de coexistencia pacifica con el imperialismo.
Es hasta 1956, a partir del espíritu desestalinizador del XX congreso del PCUS representado por Krushev, que las enormes energías críticas y creativas contenidas comienzan a confrontar en la teoría y en la práctica a la escolástica so-viética. Aunque la nomenclatura, temerosa de los vientos de cambio decide poner límite a los propósitos del reformista Krushev, nunca mas volvería a tener el control sobre el de-sarrollo del marxismo; por el contrario, la legitimidad del dia mat rodó por los suelos y comenzó a ser atacada desde diferentes frentes por diversos planteamientos marxistas que aquí sólo podemos describir en algunos de sus rasgos y protagonistas principales:
La primera reacción filosófica contra el dogmatismo so-viético en el campo marxista proviene del llamado marxismo humanista una de cuyas figuras más relevantes es Roger Garaudy (posteriormente convertido al islamismo) quien frente al objetivismo predominante, postula un desarrollo filosófico centrado en el hombre. Este planteamiento es fun-damentalmente correcto, pero la propuesta no tiene los pies bien puestos sobre la historia sino que elude muchas de las determinaciones objetivas a las que necesariamente está sujeta la libertad, por lo cual, en términos de eficacia revolu-cionaria, resultaba no sólo teóricamente pobre sino, incluso, políticamente desmovilizadora.
En ese contexto una nueva perspectiva marxista se ende-reza tanto contra el marxismo de factura soviética como con-tra los excesos del llamado humanismo marxista encabezada por un profesor universitario miembro del Partido Comunis-ta Francés, Louis Althusser y algunos de sus alumnos, quie-nes califican al dia mat como una mera ideología alejada de todos los requerimientos que le podrían dar un estatus científico y por tanto simplemente destinada a justificar el estado de cosas existente. Por otro lado, para enfrentar al denominado marxismo humanista, que intenta basarse en los escritos juveniles de Marx, también niega a éstos el esta-tus científico que sí reconoce al periodo de madurez, razón por la cual les parece imposible construir, sobre lo que consi-deran tan precarios cimientos, un posicionamiento teórico marxista.
Los althusserianos buscan establecer la génesis y estruc-tura del pensamiento científico marxista que le permita a éste constituirse en una ciencia social sin diferencias de principio con el resto de las ciencias. Bajo la influencia de la epistemología estructuralista de Gaston Bachelard, esta co-rriente intentaba encontrar en la obra de Marx el orden y coherencia de los conceptos que permitirían construir la ciencia que serviría de guía a los partidos y organizaciones socialistas el proceso revolucionario. El althusserianismo levantó una intensa polémica en torno a la función del marxismo en el camino de la revolución.
Entre las críticas suscitadas por parte de casi todas las tendencias marxistas, una de las más consistentes fue la de Adolfo Sánchez Vázquez, quien intenta responder en filosofía tanto al dia mat soviético como a los excesos de matriz anti-histórica del marxismo humanista, pero considera que la manera en que Althusser efectuaba esta importante tarea reducía al marxismo a mera ciencia y a la praxis como un segundo momento, exterior y opcional.
Sánchez Vázquez advierte que esta pretensión apuntaba a destruir el legado revolucionario de Marx. A menos de dos años de la difusión masiva de las posiciones teóricas althus-serianas se publica Filosofía de la praxis la cual, aunque no es una reacción directa contra los filósofos franceses —que por cierto ya comenzaban a tener abundantes seguidores inclusive en México— ofrece una de las críticas más fuertes al marxismo estructuralista, al diamat y a la corriente humanista, desde las tesis sostenidas por el marxismo revo-lucionario de Lukács, Gramsci y sobre todo de Marx, y con base en una revisión del concepto de praxis desde la anti-güedad y especialmente meticuloso a partir de Hegel (es especialmente ilustrativo el apartado dedicado al papel del trabajo humano en la Fenomenología y en Marx) Mediante este recorrido Sánchez Vázquez demuestra la necesidad de la praxis en el proceso de construcción de la congruencia gnoseológica del marxismo.
Cambia el objeto de estudio de la filosofía
Pero antes de abocarnos a ciertos enunciados complejos de la obra que nos ocupa ubiquemos algunas de sus definiciones conceptuales más importantes.
En primer lugar, el marxismo entendido como filosofía de la praxis representa un cambio del objeto de estudio de la filosofía anterior entrampada en la polémica entre materia-lismo e idealismo. En esta polémica se enfrentan las postu-ras que dicen que los objetos existen por sí mismos desde siempre y que el hecho de que el ser humano los conozca no los modifica en modo alguno y, por otro lado, las que dicen que el ser humano sí modifica el objeto de su actividad. Sin embargo, esta segunda postura sólo reconoce como actividad al conocimiento y no a la actividad real, terrenal, del ser humano y, por ello irremediablemente llevan al solipsismo o al escepticismo.
Por el contrario, la filosofía de la praxis, que reconoce que la actividad humana conforma al objeto, pero no la actividad de la conciencia sino la actividad real, social, histórica, la cual convierte a la naturaleza en naturaleza humanizada, tenga por objeto de estudio a la praxis. La crítica de Marx a las perspectivas filosóficas que excluyen a la praxis del pro-ceso de conformación del ser social se ilustra de manera sencilla pero penetrante mediante una imagen, que él utiliza para ilustrar el fetichismo: “El hombre crea el capital, des-pués olvida que lo a creado y lo adora”. Nosotros podríamos decir que la praxis humana construye el ser social pero des-pués olvida que lo ha creado y trata de interpretarlo autoex-cluyendo su accionar del ser.
Al revalorar las tesis I, II, III y XI sobre Feuerbach —que corresponden respectivamente, en el capitulo 3 a la praxis como fundamento del conocimiento, la praxis como criterio de verdad, la praxis revolucionaria como unidad del cambio del hombre y las circunstancias y, finalmente, de la interpre-tación y la transformación del mundo—, Sánchez Vázquez deja claro que Marx nos brinda una nueva concepción de la realidad fundada en la praxis que permite superar la polé-mica entre idealismo y materialismo. En unas cuantas pági-nas nos explica de manera admirable los fundamentos de la nueva teoría del conocimiento que supera aquella polémica milenaria y delinea el papel de la filosofía en el proceso de transformación revolucionaria de la sociedad.
Así, el problema teórico fundamental de la obra que nos ocupa será esa praxis humana que es objetiva y subjetiva a la vez pues al tiempo que transforma objetivamente un mundo que se resiste es guiada por la subjetividad actuante, la teoría, la cual, a diferencia de lo que ocurre en otras ver-tientes del marxismo, no tiene una relación de exterioridad con la praxis sino que es parte integrante del mismo proce-so. En el capítulo 6, “Unidad de la teoría y la práctica”, el autor expresa de manera condensada lo anterior en estos términos: “el sujeto no prescinde de su subjetividad, pero tampoco se queda en ella”.
De esta manera la realidad ya no está distante, ajena, respecto de un sujeto que intenta aproximarse a ella, sea mediante un realismo acrítico que postula un objeto en sí, inaccesible o bien mediante un criticismo no realista que parte del sujeto como algo dado e indaga desde la exteriori-dad cómo construir o llegar a conocer el objeto. Para el marxismo, pues, la realidad objetiva es producida —bajo ciertos condicionamientos— por la actividad del propio suje-to.
Sánchez Vázquez advierte que aunque este cambio de ob-jeto es de la mayor importancia, la filosofía de la praxis no puede quedarse aquí por más que ese nuevo objeto sea la praxis misma, porque entonces no iría más allá del papel de una novísima filosofía contemplativa —ahora de la praxis— lo cual constituiría una grave limitación para su integración efectiva a la propia praxis como parte de ésta. La única ma-nera de salvar este riesgo consiste en que el marxismo se constituya como teoría única y exclusivamente por y para la praxis.
Sin desconocer la importancia de la filosofía de la praxis en otros ámbitos, me voy a limitar aquí al político insistiendo en que la integración efectiva de la filosofía de la praxis a la praxis revolucionaria no subordina ni demérita su especifici-dad teórica, así como tampoco la condena al pragmatismo; por el contrario, el haber adoptado un compromiso con la transformación social la sitúa en el punto exacto en el que por primera vez verdaderamente puede transformar y cono-cer la realidad objetiva.
Filosofía y organización revolucionaria
Insisto en que no estoy hablando de una teoría que se com-prometa simplemente a orientar desde el exterior la acción revolucionaria. Como ya vimos, esto sería un retroceso en relación con los postulados de Marx. Lo que sostengo es que, con base en la teoría del conocimiento contenida en la filosof-ía de la praxis, es imposible esperar que esta teoría presente nuevos desarrollos y profundizaciones sin ser parte orgánica de un sujeto político. Es urgente especificar las característi-cas de ese sujeto político y criticar a fondo los entes políticos que han sostenido un praxis mecánica, reiterativa y burocra-tizada —tal y como se desarrolla en el capitulo 7 del libro— y sobre esta base construir un organismo político diferente, tan laxo o tan rígido, tan permanente o cambiante como lo requieran las condiciones y nuestro proyecto, pero si los filósofos de la praxis pretenden conservar la coherencia gnoseológica, sin escindir la filosofía y la acción, simple y sencillamente deben participar organizadamente en política. Esta postura no es en modo alguno antiintelectual o antiacadémica; por el contrario, —como en Gramsci—, se trataba de darle un lugar importante a la academia en el proceso emancipatorio, y un ejemplo de que no hay contradicción entre militancia política y academia lo encontramos en el propio Sánchez Vázquez, distinguido investigador y docente universitario, quien ha sido al mismo tiempo militante del Partido Comunista Español hasta hace poco tiempo.
Así, pues, la filosofía de la praxis no es únicamente una innovadora teoría del conocimiento sino al mismo tiempo —y apoyada permanentemente en esta dimensión— es una críti-ca y un proyecto de emancipación. En efecto, si hay pocas referencias a la sociedad futura en la obra de Marx corres-ponde al énfasis en la crítica de lo existente, y el capitalismo, en efecto, aunque bajo nuevas formas, continúa existiendo y expandiéndose por el planeta, con las terribles consecuen-cias que conocemos. De ahí que el marxismo, como proyecto de emancipación, además de ser necesario, deba ser desea-ble pero no únicamente para los núcleos de avanzada, sino para las masas que protagonizarán el cambio revolucionario, y para que éste sea viable es necesario constituir un sujeto político adecuado a este proyecto. Ahora bien, ¿cómo hacen Marx y Engels práctica la teoría revolucionaria, cómo la in-tegran definitivamente a la praxis? La respuesta a esta in-terrogante surgió de la coyuntura revolucionaria abierta en Europa en 1848 ante la cual debieron enriquecer su teoría de la revolución con una teoría de la organización de la revolu-ción. Esta es la gran preocupación de Marx y de Engels en el Manifiesto del partido comunista, quienes como señala el autor, no pregonan un modelo de partido útil para toda oca-sión sino una forma de organización que avanza o retrocede de acuerdo con las circunstancias históricas y el grado de participación y conciencia del proletariado en la lucha por sus intereses de clase.
Así fue como la filosofía de la praxis se inserto con mayor profundidad en la praxis misma en virtud del gigantesco impulso que recibió la teoría de la organización de la revolu-ción. Sin embargo ni Marx ni Engels se ocupan en esta pro-blemática más allá de las coyunturas revolucionarias que les tocó vivir en 1848 y en 1871. Sobre esta base, Lenin intenta responder a la necesidad de construir este importante puen-te que lleva a la teoría directamente al interior de la prácti-ca. Frente a las groseras falsificaciones a las que han sido sometidas las posiciones leninistas por parte de sus enemi-gos y sobre todo por parte de las diferentes vertientes del leninismo, Sánchez Vázquez nos presenta a un revoluciona-rio empeñado en ajustar la teoría no a presupuestos román-ticos sino a los movimientos reales del enfrentamiento con el poder.
El capítulo 3 de la obra de Sánchez Vázquez tiene el enorme mérito de iluminar los movimientos del autor del ¿Que hacer? a la luz de su relación con la filosofía de la praxis. Así podemos comprender al teórico que tras haber sostenido durante años la tesis de que en Rusia había que impulsar una revolución burguesa dirigida por el proletaria-do cambia de posición meses antes de octubre, así como al estratega que busca y concreta la escisión del partido a fin de conseguir la unidad de los revolucionarios, esto como parte del proceso de construcción de una teoría de la organización que respondiera a las unidades planteadas en ese momento por la praxis revolucionaria. No menos notable es la revolu-ción de la manera en que Lenin ponderaba los factores obje-tivos y subjetivos durante los distintos momentos del enfren-tamiento con el Estado.
A pesar de las apariencias tras toda esta compleja praxis, que se entreteje a través de los rápidos movimientos políti-cos, no sólo hay intuición, o como diría Danton, “audacia, más audacia y siempre audacia”, sino que en el fundamento de esta relampagueante praxis política está una cuidadosa lectura de la Ciencia de la lógica de Hegel. Estando Lenin en 1914 en el exilio en Suiza, se abre una coyuntura con el co-mienzo de la guerra imperialista y el desplome de la interna-cional socialdemócrata. Al entrar a la guerra se concretan las posibilidades de la revolución en Rusia, en medio de grandes movimientos y reacomodos provocados por las ruinas teóri-cas y prácticas de los grandes agrupamientos políticos de la época lo cual da pie a sucesivos replanteamientos. En estas condiciones, lo más natural para los marxistas sería recurrir a las indicaciones metodológicas de su fundador para así comprender las contradicciones dialécticas que develan en el terreno de la historia, pero como se sabe, Marx a pesar de los esenciales desarrollos dialécticos que ofrece a lo largo de su obra, nunca publicó un tratado al respecto, por lo cual, siguiendo los pasos de Marx, Lenin busca en la Ciencia de la lógica de Hegel un método que le permita comprender el movimiento de lo real.
Así, mientras en las trincheras morían las masas asfixia-das por gases venenosos, el frío y las balas, el dirigente bol-chevique lee durante dos años la obra más idealista y abs-tracta de Hegel justamente para poder dotarse de un método que lo ayude a comprender las contradicciones dia-lécticas que presenta la compleja praxis política real. Las anotaciones a su lectura se publicaron en 1929 bajo el título de Cuadernos filosóficos, y en ellos Lenin somete a una aguda crítica filosófica la teoría del conocimiento contenida en su obra Materialismo y empiriocriticismo, escrita varios años atrás; de esta manera, su teoría del reflejo, tal y como aparece en esa obra, es superada por él mismo para dotar a su teoría del conocimiento de contradicciones y movimiento que deben ser asimilados a través de mediaciones conceptuales que le permiten —décadas antes de que se conocieran los Grundrisse— comprender el proceso concreto —abstracto— concreto. En los Cuadernos filosóficos el papel de la práctica como criterio de verdad en el proceso de conocimiento es abordado desde dentro, como una fase del proceso cognoscitivo para arribar a la conclusión citada por Sánchez Vázquez: “La verdad es un proceso. De la idea subjetiva el hombre avanza hacia la verdad objetiva por medio de la práctica”.
Como vemos, Lenin, en un momento de fuertes tensiones políticas, reconstruye, —de manera profundamente origi-nal— la metodología del marxismo para desplegarla en una praxis revolucionaria, pero a pesar de que esta praxis revo-lucionaria cuenta con todos los elementos con los que Marx desarrolló la suya, Lenin rara vez es considerado entre los filósofos de la praxis, con la notable excepción de Sánchez Vázquez. En parte, el desconocimiento de Lenin como filósofo de la praxis obedece a las versiones huecas y mistificadas difundidas por sus seguidores, pero sin duda también a que para los marxologos al uso resulta incómodo porque —sin ser el único— fue un ejemplo viviente de la integración absoluta de la teoría a la praxis, y porque demostró que la única manera que tiene la filosofía de la praxis de conservar su coherencia gnoseológica y política, así como de producir desarrollos novedosos y útiles al momento histórico, es desde dentro de la organización revolucionaria.
Frente a los despropósitos de la mayoría de la izquierda contemporánea, absolutamente confusa, incapaz de enfren-tar no los fundamentos del capital y su Estado, sino sólo las simples apariencias fenoménicas, la Filosofía de la praxis, de Adolfo Sánchez Vázquez, además de los clásicos, puede ser, parte de los poquísimos textos fundamentales sobre los que se construirá la izquierda revolucionaria del siglo XXI, por-que, indudablemente, la filosofía de la praxis es un arma de la revolución.
Por ello, sería importante saber a casi 28 años de la pu-blicación de Filosofía de la praxis, que piensa el autor en relación a diferentes aspectos que aparecen en su valoración del marxismo, y preguntarle por que ha modificado sus pun-tos de vista. En A tiempo y destiempo, obra publicada el año pasado, observamos que se redimensiona la importancia de algunos conceptos como el de democracia, preocupación que es plenamente comprendida, en especial en una universidad como ésta, donde ni siquiera podemos elegir directamente a nuestras autoridades, estando a expensas de las imposicio-nes de las autoridades centrales. Pero también revisa al me-nos un postulado básico del marxismo, me refiero a la tesis de la contradicción capitalista entre el desarrollo de las fuer-zas productivas y las relaciones de producción, pues preocu-pado por el ecocidio planetario, propone frenar el desarrollo. A primera vista, el enunciado se parece a las propuestas de Ivan Ilich, o del André Gorz de los años ochenta, pero cono-ciendo su trayectoria, seguramente hay una interesante ar-gumentación al respecto que abrirá importantes debates.